martes, 28 de abril de 2015

SECRETO.s de TROVADOR.es Parte I

De aperitivo para el puente. 

-Iniciacion a "Lo Oculto" de los Poemas-

CONFIO EN QUE OS GUSTE.
Con suerte habrá una segunda parte

El precio   
¡Teneis que leerlo hasta el final! 
y luego pedirme con vuestros comentarios la 2ª parte, 
con las claves interpretativas del significado oculto de los poemas 
¡Rogarmelas!



                    -EL SECRETO DE LOS TROVADORES-

…También Asín Palacios demostró con solidez la influencia del sufismo
en la poesía de Dante.

La poesía trovadoresca sería la forma en que se expresó
el misticismo en la Provenza francesa  a partir de una matriz sufí.

Sin embargo, incluso si aceptamos que el sufismo y el ca-
tarismo fueron elementos constructivos básicos recogidos
por los trovadores, ninguna de estas dos hipótesis resulta del
todo satisfactoria. El problema es que no explican el miste-
rio que los envuelve. Por otra parte, también pueden citarse
otras analogías similares que, no obstante, deben descartar-
se como fuente porque la historia las descalifica a la luz de
los hechos establecidos.

Trovadores heterodoxos y ortodoxos

Siguiendo el método de la analogía, por ejemplo, no cabe
duda de que también podrían señalarse los abundantes
 puntos en común que tiene el arte de los trovadores con la
mística del corazón de la Orden del Císter, a pesar de que
ésta promovió la cruzada. También la organización de San Bernardo
fue contemporánea de los trovadores y no faltan los estudios serios
sobre la posible influencia sobre éstos de la espiritualidad cisterciense.

No puede dudarse de que entre los trovadores abunda-
ban los cátaros. Guilbes Figueira, entre otros muchos, com-
ponía duras diatribas contra Roma. Algunos de ellos fueron
miembros de comunidades de Perfectos y otros serían eje-
cutados por herejes, como Bernat de Lanrac, quemado en
1244, o Adhemar Jordán, prisionero de Simón de Monfort.
Pero tampoco faltaban los católicos fieles a Roma, algunos
de los cuales participaron en la cruzada albigense, como
Folguet de Marsella.

Esto indica que si existió una operación y una voluntad
de encriptar en las trovas una doctrina y una liturgia, dicho
proceso sólo involucró a un grupo de caballeros y trova-
dores. No puede excluirse, por tanto, que las composicio-
nes de este colectivo sirvieran al propósito mencionado.
Pero semejante hecho no autoriza a generalizar hasta el
extremo de definir la poesía trovadoresca como una trans-
posición del pensamiento y del ritual cátaro o de la místi-
ca sufi. Además, la teoría que mantiene esta explicación no
puede responder a la pregunta clave de por qué, si sólo se
trataba de una forma de comunicar un mensaje secreto, los
trovadores no recurrieron a una dama imaginaria y, en
cambio, escogieron siempre a una mujer real como desti-
nataria de su poesía amorosa. Una mujer inventada resul-
ta una imagen mucho más funcional para servir de alego-
ría a la Virgen o a la Iglesia que una real de carne y hueso.
La dama imaginada resulta idónea para cumplir con esta
función alegórica, como vemos en las Bodas alquímicas de
Christian Rosencreutz.
Por otro lado, resulta inevitable preguntarse por qué, en
el caso de que la implicación de los poetas hubiese sido tan
íntima con la herejía, no hubo una condena y persecución de
los trovadores. Ni en el Tratado de París, de 1229, ni en 1245,
cuando el Papa Honorio III prohíbe la enseñanza de la len-
gua de Oc en las escuelas por ser «el idioma de la herejía»,
se menciona a los trovadores como tales. Dado que no cabe
dudar de la voluntad política de Roma, empeñada en erra-
dicar la herejía sin contemplaciones, y que para cumplir esta
misión no se dudó ni siquiera en condenar solemnemente a
la lengua occitana, ¿cómo explicar que no se tomara ningu-
na medida concreta contra los trovadores?
Muchos de ellos fueron condenados por herejes y, en
consecuencia, eso suponía proyectar una sombra de sospe-
cha demasiado densa sobre todo el movimiento. Sin embar-
go, la única disposición que afectó tangencialmente a los tro-
vadores tuvo un carácter muy limitado, puntual y local. En
1277, Étienne Tempier, obispo de París, declaró prohíbida la
doctrina del amor cortés tal como se expresaba en el Manual
de Andrea Capellanus. Todo indica, por tanto, que Roma
estaba segura de que estos poetas no eran agentes cátaros dis-
puestos a perpetuar la herejía. Si se argumenta que no llegó
a sospechar este secreto, entonces habrá que admitir tam-
bién que no existe ningún elemento de juicio válido para res-
paldar esta hipótesis sobre la base de algunas analogías que
no pudieron pasar inadvertidas a los inquisidores por ser
bastante obvias. No es posible sostener que los doctos inte-
lectuales romanos que eran expertos en urdir y descifrar ale-
góricamente los textos desde hacía siglos no percibieran el
significado simbólico de las trovas que resulta tan claro a los
autores de nuestros días. Estamos en una época dominada
por el pensamiento y la exégesis alegórica. Más aun: la con-
dena del Manual de amor cortés de Capellanus se explica
perfectamente desde la perspectiva de la Iglesia en relación
a la moral sexual. Los motivos de la censura son los mismos
por los que los hombres de la Iglesia ya habían criticado por
«indecorosa» la poesía de Guillermo de Aquitania.

Finalmente, aun asumiendo la influencia indudable del
catarismo, no puede considerársele como una causa o factor
decisivo en el nacimiento del amor cortés. La Iglesia albi-
gense surge en Provenza hacia 1144, cuando hacía ya tiem-
po que se componían trovas.

Otra cosa distinta es que el catarismo sintonizara con el
clima espiritual de Provenza, prendiera por eso mismo con
éxito en la sociedad occitana a todos los niveles sociales e in-
fluyera profundamente en el arte trovadoresco. En el esce-
nario más probable, dicha sintonía hizo que muchos trova-
dores fueran cátaros y que algunos entre éstos se valieran de
sus trovas para reivindicar en secreto su fe y para lanzar dia-
tribas contra Roma. Pero en este caso es forzoso admitir que
sólo se trató de una influencia más entre otras, como el cel-
tismo autóctono, que también era fuertemente dualista y te-
nía dioses luminosos y tenebrosos.


Otro tanto cabe decir de la hipótesis sufi. No cabe dudar
de su influencia, incluso más clara, sobre el incipiente arte
trovadoresco y sobre Guillermo IX de Aquitania. En este
caso, dicha influencia incluso pudo aportar ideas fundamen-
tales para elaborar una preceptiva del trovar, sus normas y
leyes, así como muchas de las exigencias que se formalizaron
en el código del amor cortés. También es posible que las for-
mas de la poesía árabe de Al Gazali, Al-Hallaj, Omar Ibn
Al-Farich o Ibn Al-Faridh incidieran profundamente en la
incubación de la imaginería, las metáforas y, en definitiva, en
la configuración del ideal de la estética trovadoresca. Pero
de ahí a postular una «operación sufi» como la clave del sur-
gimiento del movimiento trovador o como llave maestra pa-
ra descifrar el misterio que los envuelve hay un abismo. Por
supuesto, esto no impide que el nuevo cantar llegado a Oc-
citariia desde la España árabe-andalusí mantuviese una co-
nexión íntima con el movimiento trovador o no existiera en
España comprensión y simpatía hacia éste. Algunos trova-
dores perseguidos por cátaros hallaron refugio en la corte
española de Toledo, como Guirard Riquier, que fue protegi-
do por el rey Alfonso X, el monarca sabio de España, hasta
que murió en 1294.
Pero ni entonces y después hubo prevención especial
contra el arte trovadoresco con tal en los ámbitos orto-
doxos y fieles a Roma. ¿Existe algún matiz sospechoso en
'" la lírica trovadoresca de Jorge Manrique? En su bello li-
bro Jorge Manrique, tradición y originalidad (Ed. Seix
Barral, 1981), Pedro Salinas también reconstruye el mun-
do amoroso del amor cortés y muestra cómo la obra an-
terior a las Coplas por la muerte de su padrre de nuestro
poeta se inscriben en la escuela y método de los trovado-
res. Una escuela sospechosa de haber servido a los inte-
reses del cristianismo herético debería haber suscitado al
menos algunos reparos o justificaciones por parte de sus
herederos posteriores.

El problema de la teoría conspirativa de la historia
que supone la hipótesis de la operación secreta es que, sin
base documental, da por hecho lo que no pasa de conje-
tura y, a su vez, lo emplea como base para seguir especu-
lando y establecer nuevas deducciones. Al final, como le
ocurre a Scott, acaba por pretender explicarlo todo sobre
una presunción inicial puramente hipotética. En su caso,
llega a sostener que el ciclo artúrico y griálico no habría
sido sino otra nueva operación destinada a tomar el testi-
go de la trovadoresca. La debilidad de esta forma tan ha-
bitual de argumentar en la cultura esotérica es que incu-
rre en lo que se denomina «efecto dominó»: basta que
una de las deducciones sea falsa o errónea para que todo
el edificio se desplome sin remedio.

Esto no implica negar la existencia de operaciones secre-
tas, sino rechazar ese reduccionismo tan frecuente que ve la
historia en términos de conspiranoia sistemática.

El espíritu de la época

Estamos ante una sensibilidad y una espiritualidad
emergentes que se expresa de modos ciertamente varia-
dos. e independientes, aunque todos ellos presentan unos
lugares de encuentro en común. También se podría se-
ñalar a San Francisco de Asís como sospechoso de here-
jía por sus coincidencias con los cátaros en el vegetaria-
" nismo, el misticismo de la naturaleza, etc. Y sin embargo,
no cabe dudar de la ortodoxia de este santo, que siempre
se sometió a la disciplina de la Iglesia de Roma, algo que
no excluye la influencia más que probable que tuvieron
en su formación los trovadores y un heterodoxo como
Joaquín de Fiore.

Las analogías no autorizan a establecer relaciones de ti-
po causal. En general, se trata de coincidencias, de esos
procesos autónomos y simultáneos a los que el psiquiatra
.~ Carl Jung denominó «sincronicidad» en su psicología pro-
B funda. No se trata de que uno de dichos procesos tenga
que ser la causa de otro, sino de que las distintas series de
fenómenos convergen y son mutuamente significativas, sin
dejar por ello de ser autónomas e independientes. Por su-
puesto, esto no excluye que, en el ámbito de convergencia,
tenga lugar un intercambio y un fenómeno de influencia
mutua. Pero esta es una dinámica propia de la vida que no
requiere ninguna operación deliberada ni ninguna mano
que mueva los hilos desde la sombra, aunque sea verdad
que también haya con frecuencia manos que mueven los
hilos desde las sombras y operaciones secretas.
 Las analogías observadas se deben a la convivencia de las
distintas corrientes en una región y en una época comparti-
da. Sin duda; entre todas integran el espíritu de ese tiempo
y lugar. Unos movimientos toman de otros su retórica, de-
terminadas ideas y hasta fórmulas estereotipadas, en un in-
tercambio mutuo. Decidir cuál fue la primera matriz de es-
tos préstamos o adopciones es tarea que, incluso si se hace
con rigor ejemplar, presenta dificultades y márgenes de
error considerables, sobre todo si estudiamos movimientos
simultáneos en el tiempo. Después de examinar la hipótesis
cátara y la sufi, Denis de Rougemont bosqueja, a grandes
rasgos, un escenario sincrético cuyos principales factores se-
. rían, resumidamente, los siguientes:

1. Una síntesis de maniqueismo, neoplatonismo e Islam deri-
va en una poesía erótica árabe de signo religioso (sufismo).

2. La retórica sufi y su simbolismo, incubados en el Irak y en
sincretismo con un culto neoplatónico
y neomaniqueo, se extien-
de hasta la España árabe
y el Mediodía de Francia.

3. Una herejía neomaniquea que proviene de esa misma re-
gión invade Europa a través de los Balcanes
y después de tener
un éxito notable en la Bulgaria bogomila, llega hasta Italia
y el
Mediodía de Francia.

4. Una heterodoxia distinta se está produciendo en el seno del
cristianismo de Occidente
y de la propia Iglesia. Este espíritu de
insubordinación se dirige sobre todo contra Roma
y se expresa en
las iniciativas de reforma que promueven los místicos europeos
y
en la creciente contestación contra el poder feudal.

Nos encontramos con una descripción de las fuerzas que
convergieron en Occitania en los tiempos en que nacía el ar-
te trovadoresco. Aunque también cabe añadir otros factores
importantes: la nueva valoración de la mujer.y el refina-
miento de las costumbres que los cruzados traen a Europa al
regresar de Tierra Santa, el proceso político que desembo-
cará en el fin del feudalismo y la aparición de los estados na-
cionales, etc. También André Nataf, en El milagro cátaro (Ed.
Bruguera, 1970) opta por rechazar la idea de que los trova-
dores puedan considerarse una expresión del catarismo y
advierte que estamos ante un fenómeno multifactorial. Pero
en su libro añade una observación importante para avanzar
en nuestra tarea: la civilización provenzal-sostiene- era dio-
nisíaca, pero quería domesticar al dios. La locura sagrada de
los antiguos Misterios he1enísticos habría sido así humaniza-
da y exorcizada por el arte trovadoresco. Y esto supone en
la práctica una iniciación y una magia.

Sin duda, algunos trovadores debieron dar a sus poemas
un significado místico y simbolizaron en la amada al alma y
en el enamorado al cuerpo; otros también pudieron repre-
sentar en sus trovas ideas, ritos cátaros y hasta procesos
alquímicos. También es probable que, en el amplio entrama-
do de un arte que se expandió a toda Europa y se cultivó en
las lenguas vernáculas de cada país surgieran, al calor de la
mentalidad de esta época, variadas sociedades secretas o co-
fradías integradas por trovadores, a imagen de lo sucedido
con los gremios de canteros medievales que constituyeron el
embrión de la masonería moderna. Todo esto es más que
probable. Pero el corazón del enigma se niega a revelamos
su clave secreta utilizando sólo estas claves que se centran en
la procedencia de los materiales de los que echaron mano
los trovadores: retórica, ideas, mitos y ritos.

Hay un aspecto central que estos datos no explican satis-
factoriamente. La dama del amor cortés no sólo es una mu-
jer real de carne y hueso, sino que la expresión amorosa re-
sulta apasionada y nos transmite una autenticidad que no
encaja con la frialdad intelectual de una alegoría comunica-
dora de simples conceptos y doctrinas. La emoción no mien-
te. En este hecho decisivo veía el maestro Dámaso Alonso
«los límites de la estilística» cuando, al final de su ensayo clá-
sico sobre la poesía de Garcilaso de la Vega, nos recuerda
que, más allá de todas las disquisiciones literarias, el análisis
no puede explicar el auténtico misterio del amor que sentía
el poeta por la dama portuguesa Isabel Freire, a quien in-
mortalizó con el nombre o senhal de «Elisa».

El poeta, como el trovador, no se enamora en un sentido
figurado, sino que se consume en el fuego de la pasión que
él mismo suscita con objetivos transformadores. Y esto nos
sugiere una iniciación propia y específica del amor cortés.
Denis de Rougemont apunta a una interpretación convin-
cente en su obra ya clásica, cuando sostiene que el amor
romántico que nace con los trovadores constituye el modo
en que las antiguas religiones mistéricas que celebraban la
muerte y el renacimiento del dios fueron integradas en la
conciencia del hombre occidental moderno, dando lugar a
una nueva cultura amorosa, fruto de una evolución literaria
preservadora y transmisora de las antiguas mitologías paga-
nas y de sus cultos mistéricos, recogidos por aquellos autores
latinos que hallaron cobijo en el canon de las universidades
medievales. Los viejos mitos y la memoria de los cultos mis-
téricos pudieron sobrevivir sin mayores problemas enmas-
carados de metáforas astrológicas, alquímicas o poéticas, es-
capando a la dura censura de la Cristiandad.

En su Literatura europea y Edad Media latina (Ed. Fondo
de Cultura Económica, 1999) Emst RobertCurtius ilustra
cómo los grandes temas de la antigüedad se formalizaron en
los tópicos que, a través de la Edad Media, llegaron al Rena-
cimiento y a la modernidad europea. Estos tópicos, autén-
ticas claves evocadoras de los mitos, podrían haber consti-
tuido uno de los vehículos privilegiados para la transmisión,
a través de la poesía, de aquellas tradiciones que cristaliza-
ron en todo el Mediterráneo con la helenística, cuando los
cultos de la gran diosa (Isis, Venus, Diana Artemisa, Ceres o
Cibeles) y los del dios (Dioniso, Atis, Serapis), recogieron el
legado del antiguo sexo sacramental pagano.

5. Entre damas
anda el juego ...

Guillermo IX, conde de Poitiers y duque de Aquitania fue
quien puso la piedra angular del edificio trovadoresco con su
talento. Pero la figura que construyó el medio y las institu-
ciones que impulsaron el movimiento y le permitieron saltar
del escenario inicial provenzal al europeo, fue su nieta:
Leonor de Aquitania, la heredera más rica del continente,
cuyas tierras se extendían desde el Loira a los Pirineos y des-
I de la Auvergne al Atlántico.
En el corazón de estos fértiles dominios estaba Provenza,
donde ella se educó y llegó a la edad de casarse. Como era
inevitable, no pudo sustraerse a acceder a una boda política.
Su primer marido fue el rey Luis VIII de Francia, quien ha-
biendo sido educado para monje debió reconvertirse en mo-
narca como consecuencia de la muerte de su hermano ma-
yor. La infeliz unión se consumó en 1137 y la vivaz, culta y
carismática Leonor comentaría más tarde: «Creí casarme
con un rey, pero descubrí que lo había hecho con un monje».
En cualquier caso, es evidente que esta mujer no estaba
dispuesta a resignarse ni a permanecer en un segundo plano.
De modo que, en 1146, cuando Luis marchó a Palestina en
el marco de la segunda cruzada, ella decidió acompañarlo.
Pero no lo hizo sola, sino que se empeñó en que la acompa-
ñaran sus trovadores, contrariando así una Bula papal. Por
supuesto, se salió con la suya, porque Leonor no era dama
que admitiera un «no» cuando algo se le ponía entre ceja y
ceja. Su vida admirable es una prueba de este carácter vo-
luntarioso y decidido que, aparte de convertirla en la crea-
dora de una auténtica red de cortes trovadorescas occitanas,
le dejó tiempo suficiente para participar activamente en la
política europea y en las intrigas palaciegas, así como para
ocuparse de educar a su hija María y transformarla también
en promotora de trovadores y estadista de su tiempo como
Condesa de Champagne.

En su viaje a Oriente, Leonor hizo algo más que una es-
cala en la corte de Antioquía (Siria), cuyo gobernador era su
tío Raimundo. Este estado principesco había nacido con los
propios cruzados, muchos de los cuales prefirieron asentar-
se en dicha región en lugar de regresar a Europa. La corte
de Raimundo era el resultado de una simbiosis cultural que
incluía cristianos, musulmanes, judíos y griegos. Los matri-
monios entre europeos y sarracenas resultaban muy habi-
tuales y la atmósfera exótica se realzaba con el típico lujo
oriental. Leonor no sólo se prendó de Antioquía, sino que
pretendió establecerse junto a su tío en vez de retornar con
su esposo Luis. El monarca tuvo que obligarla por la fuerza
para devolverla a Francia, decisión que indignó a Leonor
hasta el extremo de abandonarlo e iniciar los trámites de di-
solución matrimonial ante la Iglesia. Después de cumplir
con esta formalidad se casó con Enrique, hijo de Godofredo
de Anjou, que pronto se convertiría en rey de Inglaterra.

En 1154 Enrique y Leonor fueron coronados. A pesar de
que durante los primeros años de matrimonio ella hizo su
voluntad, estableciendo residencia en Angers y convirtiendo
su corte en refugio de trovadores, aparte de fundar una
Academia para el culto del amor cortés, pronto nuestra
dama se aburrió de su joven esposo inglés y del clima insu-
lar. Cuando Enrique, doce años menor que ella, tomó como
amante a Rosamond Clifford, Leonor aprovechó la ofensa
para dejarlo y trasladarse a Poitiers, donde empleó su ta-
lento en desarrollar una Corte del Amor, fundando una
Universidad de poesía trovadoresca y caballería, así como
una Academia de artes a la cual los nobles de toda Europa
enviaban sus hijos a educarse. Este fue un impulso decisivo
para el arte de los trovadores. Por la Universidad del Amor
pasaron los futuros reyes, reinas, duques y duquesas que, al
retornar a sus dominios, trasladaron a sus propias cortes el
modelo cultural aprendido.
En Poitiers, Leonor encargó la redacción de un Código de
Amor
a Andreas Capellanus, que lo formalizó en 31 artículos
y lo incluyó en un Manual (De Arte Honeste Amandi). No se
trataba de leyes en un sentido simbólico, sino de una verda-
dera normativa. De hecho, los cortesanos eran juzgados pa-
ra decidir si cumplían con las 31 leyes y uno de los miembros
de este singular tribunal era María, hija de Leonor y conde-
sa de Champagne.

Cultura trovadoresca y política europea
La vivaz Leonor de Aquitania fue la gran arquitecto. Ella
convirtió al movimiento trovador occitano en un fenómeno
cultural que impregnó todas las cortes europeas. Su hijo pre-
ferido fue el famoso Ricardo Corazón de León, que partici-
paría en la tercera cruzada. Entonces, el dicho «lo cortés no
quita lo valiente» era un valor moral anclado en la vida y la
condición de cruzado no impidió a Ricardo mantener una
excelente relación con Saladino. Este no sólo le envió a su
médico cuando Ricardo enfermó, sino que las relaciones
fueron tan entrañables como para que el monarca cristiano
, ofreciera a una hermana suya por esposa al hermano de
Saladino. También Ricardo fue trovador y promotor del
amor cortés, como su media hermana María de Champagne.
En realidad, podemos considerar que ambos siguieron y
apoyaron a su madre en la tarea de extender la cultura del
amor cortés y el arte trovadoresco en el resto de Europa. Es
difícil saber hasta qué punto los objetivos espirituales de
Leonor formaban parte de una finalidad que también per-
seguía en el ámbito político. Pero lo cierto es que se ocupó
de atender los dos frentes. A pesar de ser doce años mayor
que su esposo, le sobrevivió, fue esencial para que Ricardo
Corazón de León accediera al trono y, cuando éste marchó
a la tercera cruzada -donde fue hecho prisionero-, ella tomó
en sus manos las riendas de Inglaterra e hizo frente con éxi-
to a las conjuras que pretendían arrebatarle la corona. Su hi-
ja María se casó con Felipe de Flandes y, desde su posición
de privilegio, impulsó el mismo movimiento cultural. Su es-
poso coincidía en esto enteramente con ella y participaba en
el mismo proyecto.

El enorme prestigio de Leonor, como vemos, no se limi-
taba a su labor incansable como promotora del amor cortés
y del arte de los trovadores, que sin ella no hubiese alcanza-
do a gravitar en toda Europa ocupando el centro del esce-
nario, sino que también incluyó su profunda incidencia en la
política y en las pugnas dinásticas. En estricta justicia, debe-
mos admitir que nos encontramos ante una pionera del pro-
ceso que dio lugar al nacimiento de una cultura literaria eu-
ropea. Pero no cabe duda de que existe una base objetiva
para sospechar que no se trataba de actuaciones en ámbitos
desvinculados y que arte y política estaban íntimamente in-
volucrados en un ambicioso proyecto internacional.

Como consecuencia de la labor de la Universidad y la
Academia de amor cortés, a finales del siglo XII los poetas
de Provenza son recibidos como invitados de honor en la
corte de Federico Barbarroja, quien también fue trovador,
como Enrique II Plantagenet y otros monarcas. Leonor fue
así la poderosa «Dama blanca» en el centro del tablero eu-
ropeo, mientras sus dos hijos cumplían funciones destacadas
como alfiles en la misma partida. Chretién de Troyes reco-
noció que la idea original de la cual surgió Lancelot, su tercer
romance artúrico, fue de María de Champagne y que el ar-
gumento para escribir su Perceval se lo dio Felipe de Flandes,
el esposo de María. Y debemos recordar que en Perceval
aparece por primera vez el tema del Santo Grial y se enlaza
la leyenda de Arturo con este antiguo símbolo de resonan-
cias célticas, inscribiéndolo en la mitología cristiana. Esta-
mos ante otro hito en la construcción de una cultura eu-
ropea, dado que el argumento de Perceval, que Felipe de
Flandes pone a disposición de Chretién de Troyes, se propa-
ga con notable rapidez a comienzos del siglo XIII y da lugar
a numerosas versiones en inglés, alemán, holandés y nórdi-
co antiguo. Entre 1210 y 1230 aparecen también varios ro-
mances franceses en prosa con el mismo tema.
A partir de 1180 los trovadores germanos son una feliz
realidad. Nos referimos a los Minnesiinger, que componían
en alemán y, en general, pertenecían a la nobleza menor,
aunque disfrutaban del apoyo y del patrocinio de algunos se-
ñores poderoso~. En esta escuela literaria encontramos a los
fundadores de la poesía lírica alemana.
No es razonable disociar estos hechos de la política. Hay
una pugna soterrada que se palpa al observar el clima de los
salones cortesanos del continente y que confirmamos al es-
piar los monasterios de los monjes del Císter. Por un lado,
Leonor y sus aliados lanzan una campaña de difusión que in-
cluye mitos de matriz celta y una escuela de poesía roman-
ce. Al mismo tiempo, los monjes ciestercienses se afanan en
lanzar versiones adaptadas a la ideología de la Iglesia de
Roma de esos mismos mitos. En la poesía que cultivan los
trovadores asoman a menudo las alusiones de tono subver-
, sivo. Todo indica que hay sobre el gran tablero de Europa
una partida secreta entre dos contendientes y que el trofeo
en disputa es nada menos que el futuro del continente. Cada
uno busca situar sus piezas en casillas clave para incidir en
las conciencias de quienes gestionan el poder en un territo-
rio atomizado con el propósito de integrarlos en su propio
proyecto. Europa marchaba hacia una configuración nueva
del poder. Por un lado, emergían los estados nacionales, pe-
ro aún no estaba decidido qué centros de poder se alzarían
con la victoria y cuáles serían sacrificados en ese proceso.
Por otro, se dirimía la batalla entre el poder temporal de los
príncipes y el del Papado, empeñado en sostener su proyec-
to de Cristiandad y un ideal que reclamaba el derecho de co-
ronar y ungir al rey, perpetuando en Occidente el modelo de
la teocracia judía.

¿ Qué lugar ocupaba Leonor de Aquitania y los suyos en
este tablero? ¿Cuál era la utopía que perseguían en aquel es-
cenario? Seguramente, muchos nobles de Occitania veían
en la Iglesia cátara de Albi una baza importante para articu-
lar unas señas de identidad propia. Los elementos esenciales
, de una nación, en esta época, eran la religión, la lengua y la
1 cultura. Provenza disponía del idioma de Oc. El amor cortés
y el arte trovadoresco constituían asimismo una cultura pro-
pia. ¿No podían acaso los cátaros aportar ese otro funda-
mento de la nación que era el culto?

La Iglesia del Amor había conquistado seguidores en to-
das las clases sociales. Había arraigado en el pueblo y en mu-
chas cortes ducales. Además, tanto los albigenses como los
nobles de Occitania estaban amenazados y sometidos al mis-
mo poder hostil que representaba Roma, especialmente in-
teresada en que no fraguara en Europa otro poder autóno-
mo que escapara a su control.

En este contexto, es inevitable que abundaran los trova-
dores involucrados en dichas pugnas y que la mayoría de és-
tos se decantara por el catarismo y la ambición de constituir
un estado de esa amplia región, próspera en lo económico,
tolerante en lo político y religioso, singular en su cultura y en
su lengua. Tampoco cabe dudar de que en la misma región
existía una presencia significativa del cristianismo fiel a Ro-
ma y que los trovadores, como la sociedad en general, se ha-
bían escindido en función de sus creencias, decantándose
~ por un bando u otro, sobre todo cuando la pugna se radica-
lizó y Roma presentó su ultimatum a Occitania.

No cabe duda de que los poemas también debieron asu-
mir entonces el carácter de arma ideológica. Por eso halla-
mos en ellos la invectiva sutil, el guiño de complicidad entre
quienes comparten una idea. Incluso es posible que, en oca-
siones, sirvieran para transmitir mensajes en clave para quie-
nes participaban en el mismo secreto. Esto ha sido así siem-
pre y no se ve la razón por la cual no debería haber sucedido
en la Provenza con los trovadores. También para Dante y los
Fedeli d' Amore la poesía cumplía en parte esta función. De-
tectarla resulta en el caso de los trovadores y Fedeli más di-
fícil, porque no se trataba de propaganda política en el sen-
tido moderno. No eran poemas para inflamar a las masas,
sino para deleite, aprecio y comunicación entre miembros
t de una elite muy reducida en el ámbito de las cortes.

Tampoco podemos desconocer que estos intereses y pa-
siones se implicaron en el culto del amor cortés. Pero ese cul-
to, en sí mismo, era otro dominio que se hallaba dotado de
autonomía. De alguna manera, es posible definir dicho ám-
bito como una iniciación en el sentido estricto del término,
con independencia del drama político y religioso.

            Indicios de sexo sagrado       
Al examinar el Manual que redactó Andrea Capellanus
hallamos indicios de que la vía iniciática del amor cortés
incluía una forma de sexo sagrado y que, en la liturgia que
describimos en el capítulo 2, hay motivos suficientes para
proponer esta hipótesis. En primer lugar, como sucede en
el tan trismo hindú, la mujer encarna a la Diosa. El propio
Guillermo IX de Aquitania no tuvo inconveniente de ma-
nfiestarlo públicamente ante interlocutores cristianos or-
todoxos: «la mujer que inspira amor es una diosa y mere-
ce culto como tal». En segundo término, en el Manual de
Capellanus encontramos un dato que respalda la sospecha
de que no todo se limitaba al ritual del beso de la dama en
la frente del caballero. Las demostraciones del afecto físi-
co que admite el Reglamento incluyen una intimidad que,
forzosamente, debió derivar en una forma de tan trismo, al
menos entre algunas parejas. Así, por ejemplo, vemos que
la intimidad podía llegar al abrazo en desnudez y al inter-
cambio de caricias en el lecho hasta alcanzar el paroxismo,
aunque «omitiendo el placer definitivo».

De modo que no todo era tan casto entre la dama y su
enamorado. Por un lado, la liberalidad de besos y caricias
que se prodigan omitiendo la eyaculación, constituyen por
definición una práctica análoga a las escuelas tántricas que
también la proscriben. Por otro, resulta del todo imposible
que, en un contexto de excitación del deseo hasta el límite
no se produjera con alguna frecuencia la pérdida de control.
No debe olvidarse que en el mito de Tristán e Isolda la rela-
ción íntima se consuma y que el esposo de la Dama, el rey
Marc, es engañado para que confunda a Isolda con su cria-
da y así dejarla enteramente a disposición de Tristán. No re-
sulta creíble que, en estas condiciones, alguien no hubiese
justificado una forma alternativa de manifestación del afec-
to, consumando el acto sexual con eyaculación y orgasmo,
forma que también se observa en el tan trismo hindú.

Es cierto que esto no puede probarse y que sólo pode-
mos suponerlo al interpretar los indicios que aparecen en
documentos como los antes mencionados. Pero el lector que
viaja a bordo de nuestra nave juzgará por sí mismo si en-
cuentra plausible o arbitraria esta deducción.
En cualquier caso, sea cual sea su opinión sobre este pun-
to concreto, de lo que no puede dudarse es del hecho obje-
tivo de que estamos ante una práctica de sexo sagrado. Esta
institución, que aparece en todas las grandes culturas de la
antigüedad, representa siempre un rito iniciático de muerte
y resurrección simbólica con objetivos transformadores.
La mujer encarna el misterio del principio femenino en
el cosmos. En su imagen el varón venera a la «Madre de la
Creación». Ella se convierte así en vicaria de la Gran Diosa
original y como tal es objeto de culto. La emoción profunda
se halla garantizada además por los resortes psicológicos
que la situación activa en el inconsciente del varón. La da-
ma, madre simbólica, no es la madre real y puede ser objeto
de la pasión amorosa lícitamente, mientras la evocación su-
til del anhelo incestuoso se consigue por el hecho de que di-
cha dama está casada con otro, transmutado por la conven-
ción ritual en un padre simbólico. En semejante contexto
pueden explicarse tanto la autenticidad de la emoción amo-
rosa y el hecho de que la Dama deba ser una mujer real y fí-
sicamente accesible, como el requisito de que dicha liturgia
imponga la necesidad de que la sacerdotisa en que ella se
erige al presidir el culto esté casada.
Esto no excluye que, en ocasiones, algunos trovadores se
entregaran a aludir alegó ricamente a la Iglesia del Amor con
la figura de la dama, o que también usaran el nombre de la
Virgen asociada a un lugar como una manera secreta de re-
ferirse a la diócesis, como afirmó Péladan desde la tradición
gnóstica en el siglo XIX.
Sin duda, la trova cumplió los cometidos más variados en
\ su vertiente profana. Lo que no resulta aceptable es afirmar
que nos hallamos ante un código cátaro en el cual invaria-
blemente la dama representa a la doctrina, y si se vincula a
un lugar a la parroquia o a la logia, o que la expresión «amor
cortés» significa el inverso de Roma y, por tanto, alude a la
herejía. La base documental de esta afirmación se reduce a
los registros de la Inquisición que recogen confesiones de
algunos cátaros bajo tormento, en las cuales se afirma que,
para ellos, la expresión «Nuestra Señora» no se identificaba
con una persona, sino que aludía a su Iglesia como imagen
de castidad que liberaba a los Perfectos de la servidumbre
del cuerpo y les restituía su dignidad como hijos del espíritu.

En primer lugar, el registro no recoge declaraciones de
los trovadores, sino de cátaros. Por otro lado, un ejercicio de
este tipo, únicamente intelectual y dedicado a fabricar crip-
togramas o acertijos en forma de poemas, nunca podría ge-
nerar la carga emotiva que las trovas comunican, ni explicar
la pasión amorosa sincera que nos revelan las vidas de algu-
nos trovadores y sus damas. Estas no eran un simple pretex-
to para ocultar mensajes codificados de contenido doctrinal
o ideológico. Semejante lastre hubiese derivado en una poe-
sía acartonada e incapaz de encontrar el eco en las emocio-
nes estéticas que generan las trovas.

En nuestra opinión, el secreto que oculta el doble senti-
do y el lenguaje figurado de los trovadores no es central-
mente una ideología, ni la transposición en clave de simbo-
lismo amoroso de las ideas y la liturgia cátara, sino una
iniciación autónoma en la cual una forma específica de sexo
sagrado aportaba un rito de muerte y resurrección, cuyo mo-
delo se encuentra en los cultos mistéricos, o que al menos su-
pone una forma de atender a la misma necesidad psíquica y
espiritual.

Ahora bien, si existe una literatura de este tipo, también
debe de existir una tradición y una escuela mistérica, no co-
mo causa y origen del movimiento, sino como consecuencia
inevitable del mismo proceso histórico. Inicialmente, e in-
cluso para la mayoría, el amor cortés implicaba una relación
íntima y casta de una pareja que así sublimaba el deseo car-
nal, sin llegar a más (ela vía derecha» del tantrismo). La re-
lación con la dama, en este contexto, era absolutamente in-
teriorizada. Pero también creemos que el Reglamento del
amor cortés facilitaba la posibilidad de que se produjeran
nuevas variantes que desembocaran en ritos sexuales clási-
cos de la llamada «vía de la izquierda» en el tantrismo orien-
tal, consumando la relación íntima. El propio carácter críp-
tico de los poemas, compuestos sobre la base de la alusión
simbólica y propuestos como un reto a la inteligencia, tuvo
que derivar en muy variadas formas de entender el mensaje
y en distintos modos de ritualizar la relación entre el caba-
llero y la mujer endiosada, transformada en la gran sacerdo-
tisa del culto que formalizó el amor cortés.

Seguramente, semejantes derivaciones no fueron las más
frecuentes entre los trovadores. Desde el inicio tuvo que
existir un núcleo reducido consciente de lo que impulsaba,
pero era inevitable que a medida que el movimiento crecía
se integraran miembros nuevos y que éstos empezaran por
los grados más elementales de la iniciación. Un «aspirante»,
como «un suplicante», no podían estar tan interiorizados en
el proceso como «un amante». Muchos no pasarían de los
grados inferiores, otros decidirían seguir caminos propios o
inventar nuevos desarrollos. Esto es lo que siempre sucede
en la cultura esotérica con las distintas tradiciones iniciáticas.
Aunque todos participaran de la misma mitología y com-
partieran la forma exterior del rito, resultaba inevitable que
surgieran las interpretaciones más variopintas.

En el fondo, nada de esto afecta a la finalidad que per-
seguía el impulso inicial. Lo esencial para los que promovie-
ron esta iniciación era el postulado básico. En palabras de
Guillermo de Aquitania: la visión de «la mujer que inspira
amor como una diosa digna de culto» y, en consecuencia, la
formalización de un rito concreto para la celebración de
dicho culto. La ramificación en varios caminos diferenciados
para desarrollar una alquimia interior que condujera al
«despertar espiritual» no afecta a esa finalidad.

El retorno de los trovadores

Como hemos mencionado, los trovadores en calidad de ta-
les no fueron prohibidos ni perseguidos por la Inquisición.
La proscripción en 1277 de la doctrina del amor cortés reco-
gida en el Manual de Capellanus señala los límites precisos
de la represión. Pero no cabe duda de que la cruzada albi-
gense sí destruyó el medio en el cual la cultura trovadoresca
nació y maduró antes de extenderse a toda Europa. Por un
lado, acabó con las cortes occitanas que favorecían la cultu-
ra del amor cortés y, por otro, erradicó de las escuelas la en-
señanza de la lengua de Oc por ser «el idioma de la herejía».
Era lo mismo que cortarle la lengua a los poetas del trabar
clus.
Que estos al fin desaparecieran o reconvirtieran su po-
esía era sólo cuestión de tiempo.

Sin embargo, la semilla que los trovadores habían sem-
brado ya había echado raíces en tierra fértil y no tardaría en
fructificar. Por otro lado, en la propia Provenza se produci-
ría pronto un hecho demostrativo de que también en las aso-
ladas tierras del Languedoc sobrevivieron reductos que con-
servaban el legado trovadoresco y persistían en su voluntad
transformadora.

El enigma de Clemencia Isaura

En 1323, siete trovadores se reunieron a la sombra de un
laurel gigante para fundar solemnemente la Compañía de
los mantenedores del Gay saber, dar nuevo brío al idioma
occitano y codificar las reglas retóricas del arte, que se ha-
bían ido degradado con el paso del tiempo. El hermetista

Guillermo Molinier redactó las nuevas Lois d' Amour (Leyes
de amor). Esta Compañía instituyó un concurso anual de
poesía en lengua de Oc, cuyo vencedor sería coronado el 1
de mayo, día de Beltane para la tradición druídica, con una
violeta de oro fino. No se trataba de un grupo de amigos que
sólo tenían buenas intenciones. Entre los siete fundadores
había dos nobles, dos banqueros y un acaudalado comer-
ciante. Por tanto, se trataba de una operación nacida en el se-
no de las elites de Toulouse y expresaba la voluntad de éstas
de revitalizar la lengua prohibida unos sesenta años antes.
Rápidamente, la Compañía extendió sus actividades de
promoción cultural gracias al patrocinio de una dama tolo-
sana que puso su enorme fortuna al servicio de la causa. Esta
mujer se llamaba Clemencia Isaura y a ella se le atribuye
una impresionante labor como gran mecenas en la ciudad.
Aparte de ser experta en el Gay saber, acaso por haber reci-
bido en su día una iniciación como dama-sacerdotisa, la le-
yenda quiso convertirla en la financiad ora de los mercados
de carne, grano, pescado, vinos y hierbas.
Clemencia nunca quiso casarse y falleció a los 50 años.

Dejó un cuadro, poemas, y en el Capitolio de la ciudad se ha-
lla su tumba, una placa y una estatua. Así y todo, su figura
dio lugar a un debate, todavía abierto, entre quienes afirman
que fue una mujer real y quienes se decantan por una dama
imaginada cuyo nombre significaría «Isis Áurea».
             
Para aquellos que sostienen esta opinión, los motivos pa-
ra pensar que nuestra dama no existió son que los mercados
cuya creación se le atribuyen son anteriores a ella, que hacia
el siglo XVI los poemas occitanos dan frecuentemente el
nombre de «Clemencia» a la Virgen y que dicha dama se eri-
gió en objeto de culto.
Sin duda, se trata de argumentos rebatibles y poco sóli-
dos. Que se diera el nombre de Clemencia a la Virgen un si-
glo más tarde es algo perfectamente compatible con la idea-
lización de una mujer real a quien se rendía culto en la ciu-
dad. Por otra parte, nada impide que Clemencia Isaura fue-
se un nombre creado con carácter simbólico para una mujer
real y que éste se derivara de una mínima alteración del
apellido Insauret, documentado en la Toulouse del siglo
XIV Tampoco resulta incompatible la alusión simbólica del
nombre de «Isis Áurea» con una dama de carne y hueso.
 Finalmente, no parece probable que una ciudad entera deci-
diera creer hasta tal punto en una mujer imaginada como
para que ésta tenga su tumba, una estatua, una placa, retra-
to y hasta obra poética. Ni siquiera el argumento de que los
mercados ya existían desde antes es válido, ya que su finan-
ciación pudo consistir en ampliarlos, dotarlos y darles un im-
pulso modernizador.

Pero lo más curioso de la polémica en tomo a esta dama
misteriosa es que ella profetizó con enorme lucidez que, en
el futuro, su memoria se perdería. Y lo hizo en unos bellísi-
mos versos que reproducimos:

Suele el orgulloso figurarse
que siempre lo honrarán los amantes,
pero yo bien sé que futuros trovadores
olvidarán la fama de Clemencia.
Lo mismo le pasa a la rosa en primavera.
Es bella flor cuando llega el tiempo alegre,
pero cuando el viento nocturno la agita con rabia
muere y desaparece de la tierra para siempre.

No estamos ante un poema trivial ni de encargo. En es-
tos versos de comienzos del siglo XIV hallamos el tópico de
la rosa y el viento, que se convertirá en un lugar común du-
rante el Renacimiento y en la poesía española de los siglos
de oro. La imagen nos recuerda a Garcilaso y a Calderón,
pero a la vez resulta más lírica y original, porque en el poe-
ma de Clemencia no aparece como una figura retórica clási-
ca del carpe diem (goza el momento), sino como un recono-
cimiento del paso inexorable del tiempo, con un sentimiento
entre nostálgico y consciente de la naturaleza efímera del
mundo. Su expresión está más próxima a la lírica de Fran-
cisco de Quevedo, sólo que, a diferencia de la desesperación
viril que caracteriza a los sonetos de éste, la vivencia que
transmite Clemencia rebosa calma espiritual, resignación y
desapego ante lo inevitable.
En cualquier caso, desde el punto de vista histórico nos
hallamos ante la evidencia de que la iniciación que proveía
el arte trovadoresco no sólo sobrevivió a la cruzada y la re-
presión inquisitorial, sino que además integraba una cultura
esotérica en la cual la alquimia y el hermetismo eran com-
ponentes esenciales. No olvidemos que el señor Guillermo
Molinier, que redactó las Lois d' Amourpara la Compañía de
los mantenedores del Gay saber, era un hermetista.

Con nuestra nave del tiempo detectamos que este fenó-
meno también se repite en otros puntos del continente.
Aquí y allá surgen círculos, cofradías y movimientos que, en
distintas lenguas vemáculas, perpetúan una forma específica
de amor cortés. El más notable nace en Florencia y celebra
a la dama en el toscano de Dante, matriz del italiano mo-
demo. Su dama se llama Beatrice. Pero no está solo. Hay
otros delicados talentos líricos que le acompañan en esta ta-
rea. Son los poetas del Dolce Stil Nuovo, los promotores de
una sensibilidad que maduró en el seno del humanismo ita-
liano y que, al expandirse al resto de Europa, desembocó en
el Renacimiento. En España, Garcilaso de la Vega es el in-
troductor de las nuevas formas poéticas. Como ya vimos, su
dama se llamó «Elisa», nombre-senhal de Isabel Freire.

Elisa, casada con un hombre de quien el caballero dice que envidia
«su fortuna» amorosa, «no su figura». Este poeta es el que
adapta al castellano las formas italianas y quien consigue
aclimatar perfectamente el verso italiano de once sílabas
(endecasílabo) a nuestra lengua. Con él alcanza éxito pleno
una operación que ya había intentado en el siglo XV el mar-
qués de Santillana con sus famosos
Cuarenta y dos sonetos fei-
tos al itálica modo
y a esta matriz debemos atribuir las bases
que hicieron posible los siglos de oro de las letras españolas.
Como hemos visto en este capítulo, la mujer se erige en
protagonista del proceso. Naturalmente, aunque hemos ilus-
trado su presencia con: dos figuras señeras que se encuentran
en el inicio y en la resurrección del arte trovadoresco, no fue-
ron las únicas. Todavía está por escribirse la historia de estas
damas que militaron activamente para impulsar el amor cor-
tés. Pero son más numerosas de lo que parece a primera vis-
ta y sin duda merecen el reconocimiento. Algunas fueron
 nobles, como las vizcondesas Hermenegilda de Narbona y
Odalasia de Avignon. Otras provenían de la burguesía, co-
mo Clemencia Isaura. Ellas fueron quienes iniciaron la tra-
dición literaria de los salones europeos, donde la figura fe-
menina se transformó en centro y animadora de las tertulias
que frecuentaron los grandes poetas y escritores de los siglos
XVIII y XIX. También persistieron en la labor de mecenaz-
go literario. Todavía entre finales del siglo XIX y comienzos
 del XX, veremos a Annie Horniman como promotora de la
poesía de Wlliam Butler Yeats, fundadora y financiadora del
Teatro de Dublín y generosa hada madrina de artistas des-
conocidos en los que detectaba talento. Y también, por cier-
to, gran sacerdotisa de la Orden de la Rosa Roja y la Cruz
Dorada, escuela mistérica de la legendaria Orden Her-
mética del Alba de Oro
(Golden Dawn).
6. Los herederos
de los trovadores
En 1854, el ocultista Eugéne Arroux publicó un libro titula-
do
Dante: revolucionario, herético y socialista. En sus páginas
sostenía que el autor de la
Comedia, más tarde convertida en
obra maestra universal con el título de
Divina Comedia, ha-
1 bría pertenecido a la Orden del Temple y que ésta era una
institución captada o copada por los cátaros del Mediodía d
Francia. En 1856, publicó un opúsculo con un título analíti-
co, muy del gusto de esa época, que puso de moda resumir
suscintamente el contenido del texto en la cubierta:
Clave de
la Comedia anticatólica de Dante Alighieri, pastor de la Iglesia
Albigense de la ciudad de Florencia, miembro de la Orden del"
Temple, en la que se explica el lenguaje simbólico de los Fedeli
d' Amore, en las composiciones líricas, novelas
y epopeyas de los
trovadores. Según Arroux, tanto De vulgari elocuentia, como
el Convite y la Comedia deben interpretarse teniendo en
cuenta el simbolismo trovadoresco, que para él codificaba
un mensaje cátaro. No fue el único que en el siglo XIX sos-

tuvo esta tesis.
No era una novedad que las ideas políticas tenían un peso considerable en la vida y obra de Dante. De joven fue
desterrado de Florencia, bajo amenaza de muerte si regre-
saba a la ciudad, por su militancia activa en el bando antipa-
pal. En sus años de exilio, en sus traslados de una a Otra
ciudad, junto a los tercetos de la Comedia que iba compo-
niendo, le acompañaba su actividad como conspirador. -
vaciló en representar a algún Papa en su Infierno, en reivin-
dicar la inocencia del Temple y en oponerse a la idea de Cris-
tiandad que promovía la Santa Sede. Tampoco era arbitraria
su filiación como heredero del arte trovadoresco. Lo nuevo, era la adscripción albigense como identidad religiosa y clave
del simbolismo de su poesía.
Con Dante volvía a repetirse el mismo fenómeno que se
produjo antes con los trovadores occitanos. Primero se vio
en sus versos la alusión sutil a unos conceptos heréticos.
Después, ya en el siglo XX, Asín Palacios documentó sóli-
damente la influencia árabe y sufi. El examen atento de su
obra respaldó la sospecha de que también en su caso, así co-
mo en el del grupo de poetas que integraban el movimiento
del Dolce Stil Nuovo, existía un código simbólico e indicios de
un léxico formalizado según el canon trovadoresco, que
1. constituyó su modelo. Los «árboles muertos» fueron inter-
pretados como un eufemismo para designar a los católicos.
~ En «la dama» se vio una alegoría del proceso de alquimia
interior que evocaba el alma femenina, mientras el cuerpo
encarnaba el polo masculino y «el amor cortés» representa-
ba el anhelo de fusión de los dos pñncipios presentes en la
naturaleza andrógina del ser humano.
Nada de esto es incoherente. Tanto el pensamiento como
el método y la estética de Dante descansan en la alegoría y
es propio de ésta asignarle un sentido unívoco y concreto a
la imagen explícita. Así, por ejemplo, Virgilio representa la
cultura antigua y Beatrice alude a la Teología en la Comedia.
Esta forma de expresión es característica del Medievo. Dan-
te no sólo no fue una excepción, sino que al igual que todos
los poetas del Dolce Stil Nuovo se complacía en verter alusio-
nes crípticas en forma de acertijo. En un soneto, por ejem-
plo, define a su dama con la oscura expresión cabalística de
«aquella que está bajo el número del treinta». Toda la es-
tructura de su Comedia descansa sobre el valor cabalístico de
los números 3 y 9, desde la forma exterior más obvia al uso
simbólico de los números en la obra misma. Los cien cantos
se dividen en un prólogo y tres grandes apartados de 33 can-
tos cada uno -Infierno, Purgatorio y Paraíso-, que suman 99,
además de que el poema está escanciado en tercetos. En sus
versos abundan las invectivas y diatribas ocultas bajo la
máscara del sentido figurado. Tanto él como sus cofrades
de los Fedeli d' Amore tenían enemigos e ideales comunes.
También resulta lógico que, en este círculo, se sintiera una
espontánea simpatíapor las víctimas de Roma, con quienes
se identificaban. Más aun: la apasionada defensa de la ino-
cencia de los templarios puede ser un indicio de que los
Fedeli d' Amore compartían con éstos un legado esotérico en
el cual se mezclaban ideas del cristianismo herético con"
conceptos y doctrinas de origen sufi y cabalismo judío.
Entre los legendarios caballeros no era raro encontrar
personal islámico y judío. En el escenario de las cruzadas;
como vimos, nacieron principados como el de Antioquía,
en el cual tuvo lugar un activo intercambio entre las tres
culturas religiosas.
A su vez, en Dante, Cino da Pistoia, Guido Cavalcanti
Lapo Gianni, Guido Guininzeli, entre otros. vates menos-
famosos, vimos que el significado del término saludar o Sal-
ludo se toma del sufismo y sirve para aludir a un proceso
iniciático idéntico al de los trovadores. Cuando la dama sa-
luda, lo que hace es mostrar en. el gesto que ha reconocido
a su caballero por la señal o signo y comienza el proceso
que conduce a una liturgia de muerte y resurrección sim-
bólica, como veremos enseguida. Si se afirma que ella es la
salud del poeta, se está diciendo que oficia el rito en calidad-
de sacerdotisa que le da acceso a la salud espiritual que ca-
 racteriza al hombre nuevo surgido del proceso, en oposi-
ción al hombre viejo, «enfermo» en tanto su alma duerme.,
Julius Evola, en su libro Metafísica del sexo (Ed. José de
Olañeta, 1997), penetra con agudeza notable en esta dimen-
sión del arte de los Fedeli. Como él observa, las interpreta-
ciones doctrinarias de René Guenón, Eugéne Arroux y al-
gunos especialistas en el Dolce Stil Nuovo como L. Valli, que
llega a sostener que toda esta obra poética era una especie
de «carteo informativo» entre los miembros de la sociedad,
, se exceden y se equivocan al considerar que la función últi-
ma de estos poemas se reducía a la transmisión codificada de
una ideología para la cual la dama era el símbolo de la Santa
Sabiduría o de la Gnosis. Es el mismo malentendido que se
produjo con los trovadores occitanos. Y también en este ca-
so existe base suficiente para sostener que estamos ante una
forma específica de sexo sagrado para la cual el poder in-
mortalizante de Eros y el culto de la mujer endiosada son las
claves para acceder a esa Gnosis. No se trata de que deba-
mos excluir el sentido alegórico que simboliza a la Gnosis en
la figura de la dama, sino que el secreto no se limita a esto y
dista de hacer justicia a lo que tiene mayor importancia: la
iniciación según el mito y el ritual del amor cortés.
Sin embargo, esto parece claro al leer los textos de los
poetas del Dolce Stil Nuovo. Las alusiones a la dama como a
aquella que da la muerte y confiere la vida nueva, resultan
 transparentes en la Vita Nova de Dante. Allí el poeta nos
confiesa que tuvo el pie en la frontera con la muerte: «más
allá de donde no se puede seguir si se desea volver». Tam-
bién habla de «la mujer del milagro» que hace posible «la
Transfiguración». Las mismas expresiones se repiten' en
otros Fedeli, como Guido Cavalcanti, a quien Evola consi-
dera uno de los líderes de esta cofradía iniciática, cuando di-
ce que la visión de la dama «le hirió el corazón», «lo derribó
'\' por tierra» y le hizo «sentir que había llegado la hora de la
 muerte», o en Guido Guininzeli, cuando el poeta escucha
una voz que le advierte de los efectos que tendrá su empeño
, en ver a la dama: «huye si el morir te espanta». En general, 
\la aparición o visión de la dama produce pavor y mata ini-
ciáticamente. Dante se desmayó al ver por primera vez a
Beatrice, cuando tenía quince años. A esta muerte sigue «el
despertar» o renacer inmortalizado, verdad que expresaban
los trovadores con la idea de que aquellos caballeros que en
el momento de morir tenían en la mente la imagen de su da-
  ma alcanzaban la vida eterna.
La misma mujer sacerdotisa, la que oficia el sacrificio del
viejo hombre dormido, es la figura salvífica que le devuelve
a la vida como un hombre superior, iniciado y consciente de
su lugar en el cosmos. Ceceo Ascoli afirma que es transfor-
mado en el tercer cielo por la dama y que, con su visión, ella
no le deja saber quién fue antes. Luego mantiene que se
siente un bienaventurado y su nuevo intelecto toma forma
gracias a ella, para culminar evocando la fusión mística con
su dama en un único ser.
En su espléndido ensayo, Evola pone de manifiesto esta
dimensión iniciática de los Fedeli y su conclusión resume con
precisión un dictamen que compartimos y puede servir para
cerrar la cuestión del significado último del amor cortés:
aquello que hemos definido como el secreto de los trovado-
res y que, sin duda, es extensible a los vates del Dolce Stíl
Nuovo
que expresaron la misma filosofía.
«En conclusión, puede decirse (afirma Evola) que en el
caso de los Fedeli d' Amore hay que rechazar junto a las in-
terpretaciones estéticas y realistas que quieren referirlo todo
a mujeres reales y a experiencias .de simple amor humano
traspuestas, sublimadas o hiperbolizadas por el poeta, como
las interpretaciones puramente simbólicas que hacen entrar
en juego meras abstracciones o incluso personificaciones de
una Gnosis o de una Santa Sabiduría como poder iluminan-
te, pero sin ninguna relación efectiva con la feminidad real».
Evola concede que esta segunda forma de percibir la
poesía del Dolce Stil Nuovo puede ser adecuada, hasta cierto
punto, para la poesía mística árabe y persa, incluyendo el su-
fismo, como también puede aplicarse a ciertos ambientes as-
céticos muy platonizantes de Europa, como el que rodea a
un Giordano Bruno. Pero mantiene que se trata de un enfo-
que equivocado aplicado al Dolce Stil Nuovo.

Nosotros creemos que también resulta una perspectiva
errónea de los trovadores de quienes estos poetas son here-
deros y continuadores. En ambos casos nos hallamos ante
una iniciación que se centra en la imagen de la mujer endio-
sada a quien corresponde oficiar el rito transformador. El
amor que activa el proceso de alquimia interior tiene que ser
un amor humano real por una mujer concreta.

No sabemos si todos los Fedeli d' Amore se limitaron a
una liturgia puramente espiritual y si la relación de estos tro-
vadores con sus damas se redujo a los gestos de saludo, re-
conocimiento y miradas. No obstante, no puede excluirse
una ritualidad que involucrara la relación sexual, sea por el
camino tántrico clásico de la derecha o de la izquierda, de un
modo similar al que se observa en el budismo, el hinduísmo
o en su matriz, el taoísmo chino, que también parece haber
codificado su liturgia sexual en un simbolismo alquímico.

En todo caso, es difícil creer que estas variantes no se re-
produjeran en Occitania o en los ambientes cultivados del
humanismo italiano. Es verdad que en los poemas trovado-
rescos hallamos declaraciones que parecen desmentir esta
posibilidad, como la que sostiene que «del donnoi (o vasalla-
je amoroso) nada sabe quien quiere poseer enteramente a
su mujer». Pero aparte de que incluso estas expresiones son
sospechosas y pueden interpretarse en un sentido que no ex-
cluye la relación íntima, existen muchos elementos que res-
paldan nuestra convicción de que ésta no era tan rara entre
los iniciados del amor cortés. Entre las pruebas iniciáticas
trovadorescas había una que tenía carácter decisivo, conoci-
da con la denominación de Asag. Según afirma C. Faurel en
su Histoire de la poésie provencale (París, 1846), este paso al
grado superior de «amante» se ritualizaba cuando dama y
trovador se acostaban juntos y desnudos en la intimidad y se
dedicaban a excitar su deseo hasta el paroxismo toda una
noche. De nuevo, como cuando mencionamos las caricias y
besos admitidos en la relación de ambos, incluyendo la des-
nudez en la intimidad, cuesta creer que semejante práctica
no derivara algunas veces en cópula, fuere con retención se-
minal o sin ella. Lo mismo puede aplicarse al simbolismo al-
químico, que abunda en imágenes de parejas que se bañan
desnudas en un barreño calentado por el fuego, o que re-
presentan al rey y la reina fundidos en un abrazo amoroso.
Las expresiones del amor humano como trasposiciones en
sentido figurado de un amor divino, pueden invertirse y re-
presentar prácticas de sexo sagrado enmascaradas detrás de
. un simbolismo místico o alquímico. En rigor, la magia sexual
occidental posterior se deduce de una interpretación del
simbolismo alquímico.

Para terminar esta breve referencia panorámica a los
poetas del Dolce Stil Nuovo importa advertir que a través de
estos herederos de los trovadores occitanos hemos podido
definir un aspecto central del mito y del ritual iniciático del
amor cortés: la existencia de una liturgia que representaba la
muerte y resurrección simbólica de un varón en un acto que
protagonizaba y presidía su dama como sacerdotisa y vicaria
 de la Diosa cuyo misterio encarnaba. A ella correspondía
«matar» al hombre viejo, despertar «el alma dormida» y dar
al iniciado una vita nova.

En su dimensión mística e iniciática, este culto secreto, en
'sincretismo con el hermetismo y la alquimia, sobre todo des-
de el siglo XV, pondrá las bases de la magia.sexual occiden-
tal en el seno de la cultura ocultista. En su expresión social , amplia, como arte que impregnó a la sociedad en su
conjunto, evolucionó hasta configurar el concepto del amor romántico en la cultura europea posterior.
No resulta fácil, no obstante, apreciar la riqueza de mati-
ces que suponía la trova surgida en Occitania. Este arte tro-
vadoresco está repleto de sutilezas que escapan a quienes no
hablamos la lengua de Oc. El simbolismo de las imágenes se
encuentra también asociado a un simbolismo fonético y a la
técnica de la alusión y la elusión recurrentes, por la cual
quien no está en posesión de las claves sólo aprecia una jeri-
gonza, «el lenguaje de los pájaros» del que nos ocupamos en
capítulo 2 y que era el alma expresiva del Gay saber, la
Gaya ciencia, el trobar clus o cerrado que resulta impenetra-
ble al profano, por erudito que sea, y transparente a quien
ne la intuición despierta, aunque sea iletrado.
Al emprender el regreso a estos días con nuestra nave de
viajar en el tiempo sentimos una notoria insatisfacción.
Estamos ante las puertas del misterio, pero nos falta algo
esencial: ver claramente en las trovas el mensaje secreto
concreto, el arte de entrebescar les motz, esa supuesta repre-
sentación simbólica de un rito de muerte y resurrección que oficia la dama. En definitiva: creemos haber dado con la solución del enigma. Pero esta jamás podrá ser evidente si no
la vemos encarnada en una trova real que podamos valorar
por haber sido, escrita. en nuestra propia lengua vernácula y
permitirnos asi apreciar, con un ejemplo vivo y palpitante,
como se engarzaba el simbolismo de la imagen plástica con
el fonético, cómo era posible que el verdadero sentido de los
versos resultara impenetrable al profano y transparente a
quien poseía las claves del mágico «idioma de los pájaros».

No obstante, en este viaje de regreso, al pasar con nues-
tra nave por los comienzos del siglo XX, los ingenios de
detección de a bordo nos advierten que los visores han conseguido descubrir algo insólito: un trovador ocupado en
componer su poesía en la misma tradición de los trovadores
y los Fedeli d' Amore y empleando la misma forma soneto
que estos últimos cultivaban. Como si nuestra suerte no fue-
se ya considerable con este hallazgo, observamos que sus
trovas están en castellano. Tanto el idioma como la moder-
nidad del trovador son una garantía de que podremos al fin
completar nuestro viaje con ese ejemplo vivo que echába-
mos en falta. Decidimos, por tanto, hacer una breve escala
para tomar nota de un fenómeno que, al parecer, pasó inad-
vertido a los estudiosos de la literatura. Nuestro cuaderno de
notas recoge así un descubrimiento que deseamos compar-
tir con los lectores que se han enrolado en nuestra nave. 

HABERMAS Y SLOTERDIJK

¿Es que nunca terminará?.

Leo ahora la polémica entre Habermas y Sloterdijk.  ¿Los griegos, los poetas, la literatura... No son nada.... Cuentos inutiles -y hasta contraproducentes- segun Sloterdiijk.

El conocimiento: OTRA INGENUIDAD MÍA MÁS AL GARETE.

Conste que me viene bien para el libro pero... ¡Señor.es, déjenme descansar!

domingo, 26 de abril de 2015

VIRGINIA

                                       


            

- TABACO  DE  LIAR -

Trigo candeal, madurado en ron[1].
En la mitad tiene su camino particular.
la batea rebosante de Machado.

-Asno Apuleyo,
de Goethe, mefistófeles;
te deslizas por la arena
para comer harina en la hierba;
hembras sin anofeles.

Quimérico Belerofonte,
No te creas Pegaso.

Tu pezuña golpea con ansia
el agua musa en Helicón Rock[2]
Reclama la fuente del ron de los poetas[3]
A Hestia[4], no a Atlas[5]
ni a la Andrómeda[6] bestia.

- Rocín sarmiento,
te haces borrico
y te miente la simiente;
miras la uva que no llevó el viento;
vainilla de Madagascar;
casi diría, que tabaco de liar;
de Bonaparte, la criolla Josefina.

- Viejo cazador Orión,
males de Goethe[7] sufres 
la devota gota;
y el agua respiras, gota a gota;
la quieres en tus alforjas delirante;.
su peso en oro y no te arrepientes.

Lejos están tus ojos de Occidente;
dementes, se llegán a puentes levadizos más allá de Oriente;
grutas de Simbad.

-Adán Rocinante; gañán.
Los pozos ves llenos y bebes el vino de sus abanicos.
No es un manzano, ni un membrillar.
Con yelmo de mambrino[8],
pareces caminar.
En medio, el aliso, el sabinar y el aviso:
Camino Particular
Caso omiso: ¿Te querrías en él, un rato, exiliar?

-Mambrú, tuviste tus guerras;
y muerto, pero volviste.
¿Qué más puedes desear?
No mires el reflejo de Medusa[9];
olvídalo ya.

            -A nadie le quito su libertad.
            Derecho tengo, en sombras de higuera,
            en mayo, a abrevar.

            Y es cierto; a un lado de las olas de música,
            dan las horas en Madagascar y La Trinidad[10].
            los pajaritos, allí están.

            Oscuro el dedal donde, los sábados,
            juego minotauro a la gallina ciega.
            Veo a una aletear y cacareo
            ¡Oh, Dioses!, por piedad,
            dadme el hilo del río;
            sin perro Caronte de guardar.

-Viejo asno,
yerras de  religión,
tu sombra no está en la higuera quimera;
calzas sandalias de pescador;
carne ayunas[11].

Orfeo sin Eurídice,
Teseo sin Ariadna[12]
Mirlo Jasón….
Tu vellocino es negro[13].

            -Maga Medea, embriaga a mi Dragón.
            La Esfinge no me confiará su secreto.
            Si la miro muy recto, me petrificará

- Consulta, Buda[14], el Corán.
Para ti, no hay vals ni foxtrot;
disfruta los abanicos de limón y bachata;
bajo el árbol del Coral,
oye el Rock and Roll.

Pregúntale a la Esfinge,
por qué tus lunas son de trigo candeal[15].

No es un nogal.
No es un cerezo;
se pregunta el membrillo cuando sale a bailar.
Y el desvestido eucalipto le dice:
Es el árbol del pan[16]

-Yerras la trova, Orfeo
no son sus higueras, la madriguera;
disfruta la libertad,
en el Hades, la perderás.

Blanquean tus mimbres;
trizas han hecho del tronco y almadía;
Tiza, mirlo de jardín y pollino de huerta;
debes quedarte a la puerta;
guardar la primavera.

-Yerras tu norte, Perseo;
ella está en Andrómeda
y tu volviendo de tu viaje a Alfa Centauri.
De nuevo con casa láctea [17].
Sé cabal, no apuleyamente bestial.

Estás seco.
Mira el sarmiento.
Se hace borrico[18] y te miente la simiente.
La uva es la serpiente.
Y tú, veneno le pides de beber[19].

…………………………………

Marinos le quedan a Castilla.
En la noche de suelos sin polvo,
nómadas lobos detrás de la cierva infinita que huye.

Moradas de arcilla y agua, recuerdan;
el rastro de un barco de vapor,
“la reina de Africa”,
La estrella contra la catarata.

Lleva en los ojos tallada la Cruz de la paz,
la espada Crisaor[20].

Con ese peso de onzas de oro en las pupilas,
le enciende la mansedumbre y lo vuelve ñoño.
No corre el lobo ni come.
Se sienta a esperar.
Era su tabaco de liar.
Un placer que bien entenderás…

Ladra la ausencia del mar y la esmeralda,
Anclas de palabras echa a la luna,
y su furtiva pisada, labra semillas de carne,
madreselvas...

                               

- 26 de Abril de 2015 -



[1] Virginia
[2] La discoteca de Bilbao
[3] Donde el mítico caballo Pegaso golpeaba con las patas, brotaba la Fuente de las Musas: la inspiración
[4] Diosa protectora del hogar
[5] Atlas negó la hospitalidad a Perseo
[6] Diosa de la Vanidad
[7] Un Goethe ya anciano, setentón, se enamoró perdidamente de una doncella y quería casarse con ella
[8] Mambrino: El diablillo que le hace a Don Quijote ver visiones, ilusiones
[9] Mito de Medusa: Mirarla dejaba petrificado
[10] Metáfora: ver  a Virginia en la barra del bar de la pista es como ver a “La Trinidad”; al Caribe…
[11] Como Apuleyo, el asno de oro que, finalmente, renunció a los placeres d e “la carne”
[12] Los Varones del Mito sin sus correspondientes Damas
[13] Cabello y ojos negros de la Protagonista del poema.
[14] Ironía
[15] Me gustan los cutis morenos
[16] Alusión a su juventud rebosante
[17] Vía láctea. La mujer láctea, Hestia : Olalba. el Hogar
[18] Insensato
[19] Metáfora de Virginia, una joven mujer ( 30 años) -tentadora para cualquier hombre- a la que pedimos de beber ron,etc.. todos los sábados. Nos hemos hecho amigos. Nos entendemos muy bien. A cambio de poemas como este nos da de beber gratis
[20] Mito de Perseo