lunes, 12 de enero de 2015

A BUEN ENTENDEDOR...

Traigo hoy, unos Capítulos del fantástico 
Libro de las Exageraciones y los Sinsentidos con Sentido.
El "Gargantua y Pantagruel" de Rabelais. 

¿Ayer como hoy ? 
Ingenuo, quisiera creer que no. 
                  Merece la pena leerlo hasta el final pese a la mamarachez utilizada por el autor a efectos de parábola

Disculpad el formato; al escanearlo se embarulla mogollón. 
¡Como la historia que cuenta!. 
Imprimirlo para que podáis leerlo mejor.

Acordáos que Pantagruel
El Quijote francés, inventa palabras, une y desune a su antojo,
habla con absurdos -aparentemente- , etc...
Todo ello, a veces, para metaforizar y, a veces, para ocultarse de la Inquisición.
                         
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Nota del Traductor: Antonio Gara-Die Miralles de Imperial.

Doy el cuento de primera mano, y éste es jocundo como los Carminas de los clérigos boyardos.

De todas formas, hay que suponer, por lo que dice, que en su vida lo que menos le interesó fueron las ansias de literato. Fraile, médico secularizado y muerto al final como arcipreste sin haber dejado jamás su estado de clérigo, sus obras literarias no fueron para él más que un entretenimiento y azotar con el corbacho, como nuestro arcipreste de Talavera, todo lo que le parea indigno.

PEQUEÑO ESCRITO

AL MODO GERMANICO QUE ME DISPENSA
DE UN PROLOGO DE ALTA GRASA O TUETANOS, 

COMO DIRIA MI MAESTRO
EL DOCTOR FRANCOIS RABELAIS

(Que es necesario leer para no comprenderlo)

I
« Y pondré enemistad entre ti y la mujer y ella aplastará
tu cabez
(Génesis). Y con todo respeto he de sospechar
que antes Adán lucía una hermosa cornamenta de chivo con
, la que el Diablo y Eva le habían hecho Rey de los Cabrones.
Esto es una sarcástica interpretación de los antiguos he-
breos. Y Adán, ¿no haría otro tanto? Siguiendo la m
isma
vieja leyenda semítica
, el rey de la creación, el señor Adán,
también tenía su amiguita Lillith, la señorita entretenida
que prolongó su desvergonzada presencia todo el Medievo
y en nuestros días aún anda de «picos pardos
» gracias a la
música de don Ricardo Wagner y su Venus
berg y el
caballero Tanhduser.
Esta fantasía semítica fastidió mucho a la pobre princesa
Elisabeth, pero yo tengo para mí que todo es una delirante
explicación de viejos rabinos aburridí
simos, mesándose las
barbas de chivo, par
a explicar otros salmos del Génesis más
complicados
, como el de las mozas hijas del diablo y los hijos
de Dios.
Giovanni Papini, el «león de Florencia», que de esto
entendía mucho, se agarra a la Patrística y las viejas
tradiciones y nos larga un vodevil it
aliano más complicado
que uno francés o el que se supone escr
ibió el patriarca
Moisés. Si es que el gran caudillo y legislador hebreo escribió
algo, y menos ese principio tan poco edifica
rte.
Rabelais, que en este su primer libro original crea un
 divertido y descarado Panurgo que no tiene precisamente
pelos en la lengua y los hace florecer en todas partes,
p
udendas o no, con el mayor regocijo, a tanto no se atreve,
y
eso que no deja papa ni monja ni viuda o casada en paz.
Pero es que Rabelais era, como ya dije, un gran médico
cirujano y sólo le incitó a escribir sus famosísimos y poco
meditados l
ibros: a) un afán de entretener a sus clientes
t
arantulados; b) un ligero y superficial intento de reforma
ortodoxa más cercano, aunque parezca paradoja, al de
Ignacio de Loyola que al de Calvino, Lutero y demás ralea
a
snal y a quien asqueaba su intransigencia hasta poner
c
omo chupa de dómine con sus nombres propios a esos
f
anáticos e intransigentes protestantes.
Ciertamente no fue un santo, por lo menos no nos consta,
y su espíritu d
e lo grotesco pudo con él más que la seriedad
que v
eía alrededor de él, de majaderos, sepulcros blanquea-
dos y nidos de víboras que se le aparecían en épocas
turbulentas.
Hoy hubiera hecho lo mismo Rabelais; jamás fue un
hipócr
ita, ni siquiera un risueño y sarcástico histrión; sólo
hay que p
ararse ante su más auténtico retrato, que se
cons
erva en Montpellier, en la sala de profesores de la
antigua universidad, justo bajo el de Arnau de Vilanova. Su
seriedad no
es fingida para posar ante un pintor, y por más
qu
e lo he estudiado, no hay en su cara tampoco el más ligero
asomo de burl
a, sátira o desprecio. Entonces, ¿por qué sus
cinco famosos libros con sus clarísimas 'desvergüenzas.

El mundo está así, así se habla sotto voce y, peor, así se
obr
a, y esto, su recto sentir no lo tolera.
Creo que, más que una horrísona carcajada, el embuchar
en
ellos verdades como puños fue para Rabelais una
angustiosa tortura, pero, cirujano al fin, no tenía más
remedio que empuñar el escalpelo y cortar por lo sano, con
la anestesia de la sátira, del lenguaje, de la jocunda risa,
para que no fuera tan cáustico ni doloroso. Y así le lució el
pelo; en vez de ver su intención profunda, todos se qued
aron
con lo anecdótico, y así el pelmazo sacrílego de monsieur
Voltaire y el santo ob
ispo de Ginebra Francisco de Sales
ll
egan a la misma conclusión, la de <dos extremos se tocan».

II
En medio hay una pléyade. No sólo la famosa pléyade francesa, sino un montón de gente que le imitan, que se ríen como asnos o le dan de coces y entronizan a cualquier mamarracho como Moliére u otro santo copista de su devoción. 
Y hablando de copas, ¡empinemos!, ¡bebamos! «Que la vida es breve y la experiencia falaz»
(Hipócrates, Juramento).

Gaudeamus igitur ... Bebamos hermanados
con la cunca espumosa del vino del Condado,
y de empinar no paréis, pues os es dado
el mejor mosto del Císter, nada aguado,
tres veces bendecido, pero no bautizado,
pues el agua en el vino

con el mismo diablo ha fornicado,
y así la santa cunca ha emporcado.
Beba sin ascos el fraile y beba el guerrero con él,
beba Panurgo astuto y ladino y el gran Pantagruel,
y yo me hinche la tripa con el Padre Gigante,
nuestro rey «Gargantúa», que por paradoja
nació después que aquél y que empine por todos
FRANCOIS RABELAIS.
y quien quiera folgar, bellas jacas yo las veo doradas

y bien limpias; que más lucidas que Alda, lecho a sus
cuestas acercan hasta sus serranías y perfuman y tienden

con gracia de buen ver...

...Y rodé bajo la mesa bien agarrado a una frasca, por si había della más necesidad, rodó conmigo toda entera el delicioso muslillo y cuerpo de una gallinácea implume y pechugona. En esto del beber, comer y fornicar, todo se va en comenzar.

III

Solté al fin mis ataduras carnales y continué; había puesto
frente a mí una lucida cunca que por el tamaño pertenecía
sin duda al buen rey gigante Gargantúa, llena hasta el
borde de vino cantarín.

Con dos manos la hice mía y, ¡hasta verte, jesús mío! Que
es frase sagrada de buen bebedor no dejar gota ni empaño
en la copa ceremonial. Todo fue adentro para recomponer
mis tripas, y así, con este tentempié, que bien pasaría de los
cien litros, enjuagados los dientes, con voz altisonante
y ceremoniosa proseguí mis devaneos.

Otra razón y muy de peso impulsó al maestro Francois
Rabelais a escribir este libro. Andaba como traductor
y autor por la famosa ciudad de Lyón sin un maldito
enfermo que llevarse a las quijadas, cuando en una feria de
las allí famosas topó con un buhonero que con su caja repleta
vendía cuanto en ella había y más. Paró mientes el buen
doctor y vio que entre santos de yeso, ligas emperifolladas
que nada sostenían, ungüentos y medicinas que de nada
servían, finos encajes flamencos que ni eran flamencos ni
finos, había un librillo de cordel de la vida de un descomu-
nal y glotón gigante llamado Gargantúa que hacía las
delicias de los que lo compraban, y doctos e iletrados lo
arrebataban a porfía.

No pensó mucho Rabelais en hacerse con tan liviano
ejemplar, y si rió
o no rió, nadie lo ha sabido nunca, como no
he sabido en qué lengua estaba escrito.

Ya dije que es muy sospechoso fuera navarrés, quizá del
Pirineo catalán,
o hasta gallego o lusitano, que todo podía
ser. Quizá fuera así y el librillo de Lyón no fuese más que
una mala traducción del original
.
Esto, con certeza, no se ha demostrado jamás, pero que el
texto original nadie sabe cómo estaba escrito, eso es bien
cierto, y que su prosa era agarbanzada y pedestre, parece no
tener vuelta de hoja. Quizá no fue sólo un «ingenio», sino
varios los que por jocundia lo compusieron. Hay hoy
escritor que afirma ser vasco de origen, pero son tan flojos
sus argumentos que no vienen al caso
.

Lo cierto es que en uno de mis escritos he hurgado todo lo
posible, pero no he conseguido rasgar el misterio. Además,
¿qué demonio tiene que ver un libro de baratijero con los
cinco libros de Rabelais, con la construcción de la lengua
francesa y con un libro enciclopédico de medicina, aunque
sea «al envés»? Que si así lo hizo, bien sabía que se gana
más inmortalidad escribiendo en ese tono que sentando
cátedra médica, que antes de terminar su redacción ya ha
pasado a los trastos viejos.
, Lo que sí parece cierto es que de su pluma salió, para su
editor, una primera y anónima edición de
Gargantúa, bien
ordenada y compuesta, aunque de estilo y hazañas como las
originales de los
colporteurs y que nada tiene que ver con el
Gargantúa de Alcofribas Nasier, seudónimo con que firma-
ra sus «dos primeros libros» el más importante de los
doctores, el cirujano
Francois Rabelais, seudónimo que no
es tal, sino un acróstico de su nombre.

IV
Dije, y es bueno recordarlo, que el hijo Pantagruel, rey de
los dipsodas
nació antes que su padre, Gargantúa.


Bien fuera porque el primer Gargantúa se continuara
vendiendo como «pan bendito»
o, según mi opinión, porque
Rabelais, fiel a sí mismo, no pensó escribir la vida del pa-
dre, ya que en la edición príncipe (Lyón, juste Editor) dice
en su largo título del
Gargantúa «libro lleno de pantagruelismo»,

V
Pero el éxito de su Pantagruel, rey de los dipsodas,
o quizá la necesidad fue la causa de hacer nacer al padre. El
fabuloso
Gargantúa tenía una vida próspera y feliz entre los
librillos de
colporteurs o buhoneros. Lo cierto es que este
maravilloso gigante en nada se asemeja con el que ya vivía.
Así como dije que
Pantagruel no recibió de su autor más que
la letra, pues el nombre es el de un negro, sarcástico
y enredador diablillo, muy común en los «misterios»
o co-
medias religiosas que se representaron en la Edad Media
francesa dentro de las catedrales y seos, aunque el tiempo
y las procacidades los expulsaron a los claustros. Ya conté
que dicho diablejo, en parte bufón, tenía como misión
principal llenar las gargantas de sal de los empecinados
bebedores y así aumentar su sed, de por sí ya inextinguible.
Rabelais transforma a este escuerzo diablesco en un colosal
gigante, que más que explicarnos su historia nos cuenta
entre él y Panurgo los más desvergonzados hechos y dichos.
Pantagruel en un tono solemne y Panurgo en la forma más
grosera y pedestre. Hay un ligero enlace con Gargantúa
que, si comienza bien, acaba borrando a su progenitorpara
ser ellos, principalmente el rey mesurado y el bufón de las
más sucias bellaquerías.

Giovanni Papini creo que lo leyó en versión italiana
y confunde sin querer su alusión tanto a Rabelais como a sus
libros. Pues en su capítulo del «Diablo» dice que «Francia es
la tierra de promisión del mismo.» Y aunque salva a Fran-
cois Villon y
Francois Rabelais, les deja un sambenito de su
afición
o cuando menos un}' cierta o incierta tendencia
a perdonar
o hacer oídos sordos ante el «pecado». Cierto
que ninguno de los dos clásicos franceses es muy ortodoxo.
¡Pero qué tendría que decir de los italianos! Y del mismo
Papini en alguno de sus arrebatos.

Agua corrida no vuelve arriba, y los tres ya han visto la
luz.
Con esto no hago ni una defensa de Villon o de Rabelais.
Tampoco él los ataca con dureza; sólo los cita entre los
tentados para completar su cuadro general de ataque
a Francia. Lástima que se olvide voluntariamente de su
genial Italia y pase sobre ascuas Alemania, Inglaterra y, así,
casi todos los países, hasta España.

Sea como fuera, Rabelais nos da aquí otro libro de
medicina «al envés», pero de medicina con todas sus
especialidades, como ya dije en
Gargantúa. .

Otro asunto, y bien grave, le impele a escribir así: las
temporalidades, la venta de bulas y capelos, las peregrina-
ciones, de las que ya habló San Vicente Ferrer, y nada bien
por cierto. Las reliquias de las que Francia andaba superpo-
blada y sin viso alguno de autenticidad, ni la más remota,
y esa especie de pietismo
o puritanismo que termina en la
San Bartolomé y la espantosa guerra de religión, que,
costando mucha sangre, al fin nada arregló
. Más despiada-
da que la de Carlos V, más política que religiosa con el saco
de Roma incluido, digan y fantaseen todos los hispanófobos
que fueron, son y serán.

Y, en fin, el engolado e inapelable prestigio de la Sorbona
frente a toda universidad, especialmente Montpellier, que si
a Rabelais le costó prisión, a Ignacio de Loyola, ese glorioso
capitán español, le costó ser azotado en público, y esta
afrenta a un capitán español transformado en paticojo
estudiante sofista es más vejatoria e inconcebible que todo
lo sufrido por hijos de leguleyos navarro-aragoneses meti-
dos a teólogos, como Miguel Servet.

Bien se vengó Ignacio acuñando en París la Compañía de
Jesús y su lema, hoy tan olvidado, de "
ad mejorem Dei gloriam".

En fin, esos mamotretos librescos, esos sermones a lo
Fray Gerundio y tantas y tantas cosas como había que
derrocar.
Ignacio, capitán siempre, alzó su contrarreforma nada
menos que intentando convertir al papa.

Rabelais escribe de otra forma, escribe medicina, da
clases y se venga con unos librillos que le hacen famoso. Hay
mucho trabajo en encontrar la medicina entre la anécdota,
pero ahí está, tratada por el mejor médico de su época
y adelantándose a la que vendrá después.

La «santa botella» con la que termina su quinto libro es
más una panacea universal, compendio de la medicina
entera, que un ánfora de vino
. Este quinto libro siempre me
ha escamado, pues tanto su contenido como su estudio
paleológico no casan ni bien ni mal con los escritos anteriores
del arcipreste de Medun. Pero, en fin, advirtiéndolo no
induzco a engaño. Lo que sí es seguro es que quien lo
compuso no andaba bien en medicina, y que el griego y el
latin son embuchados, sin contar que su literatura es de
aficionado ramplón.

VI

Rabelais, ya lo dije en alguna parte, nació en Chinon, en
la ciudad más bella de esa aún maravillosa Turena, hijo del
letrado y administrador Antoine Rabelais. En la esquina de
la calle de la Lamprea, donde su padre tenía su casa
y estudio de jurisconsulto,
o bien en la finca de la Deuiniére,
entre cepas cargadas de racimos y junto al río Vienne.

Casi todos se inclinan porque le parieran en esta casa
fuerte, que hoy es un museo donde se guarda una biblioteca
que encierra todos los libros franceses y traducciones de to-
dos los idiomas que tratan del autor; además es el más com-
pleto museo rabelaisiano en láminas, estatuas y utensilios.

Viéndolo, parece que por sus estrechas ventanas o por su
empinada techumbre de piza
rra nos hará una mueca
burlona Rabelais
o sus personajes. Y entre las cepas canta-
rán de nuevo los alegres bebedores calamucanos que presi-
dieron el nacimiento del buen
Gargantúa.
Chinon está igual, con su castillo, prisión de templarios.
No encontraréis a la santa doncella de Donremy, ni a Car-
los VII con su bella «arrejuntada» Agnés Sorel, la que pasó
a la Historia por su linda cara y sus pechos al aire, que tan
bellas, firmes y deliciosas mamas fuera pecado encubrir. Ni
los bosques que aún rodean la villa donde parece que uno ha
de toparse con Luis XI el rey zorra o su ministro Tristán el
diablo,
o maese Olivier el barbero, que por menos de una
higa os colgará, como fruta podrida, de los árboles del
Bosque, mientras Luis XI se entretiene charlando con los
despojados prisioneros en sus famosas jaulas y asegura pasar
su reinado mitad cazando, mitad enseñando a nadar a los
ingleses con armadura y todo, camino de Albión
o de
Neptuno,

Si la linda Agnés tenía la gentil costumbre de escotarse,
no
es raro que entre partos y galopadas tan a flor de piel
muriera muy joven, que el frío no respeta nada, ni los más
deliciosos y dorados toronjiles femeninos.

Esta era la Turena que le tocó en suerte a Francois
Rabelais. Bueno, esa Turena ya era historia.

En alguno de los conventos cuyas propiedades adminis-
traba su padre Antoine pensó éste en hallarle acomodo,
y encontramos al fraile Francisco en el más próximo a Chi-
non, pero éste quiere estudiar y el primer
escándalo se
produce ante los doctos varones de la Orden, y corre la
alarma, pues un mozuelo a quien apenas apunta el bozo
aprende el latín clásico digno de César
o de Ciceron y ya
anda a la greña con el griego más puro.              '"

Malgré lui, tiene que saltar las tapias y dejar en ellas la
cogulla. Luego intenta y es admitido por los benedictinos.
¡La paz! Ni soñarla; hay entre ellos un espíritu de fronda,
capitaneado por el intransigente y lúgubre Calvino. De
nuevo Rabelais tiene que huir, y ahí se queda colgado su
hábito benedictino.

y aquí vueltas y más vueltas hasta que aparece frente a él
el Mare Nostrum y la medicina. Y es aquí donde encuentra
sentido a la vida. En poco tiempo pasa la licenciatura y el
doctorado y llega a la cátedra, donde explica a Hipócrates
y Galeno en traducción perfecta que él hace del griego
y latín.

Pasa luego a Lyón, donde gana la plaza de director del
Hospital de la ciudad. Es cierto que no he encontrado más
que las nóminas sin ningún otro documento. Tiene en Lyón
de ayudante a Miguel Servet, y un día puede practicar en
público con la ciudad en peso presente una autopsia total.
Es de ahí donde arranca su gloria, y un cardenal doctísi-
mo lo llama «el mejor médico de su época». Luego le
propone como secretario suyo en una misión oficial del rey
de Francia cerca del papa
. De su estancia en Roma nos
quedan unas cartas. Asiste en Aigues Mortes a la entrevista
del rey con el emperador Carlos V. Tiene que acompañarlos
a París como secretario, y vuelta a Roma, donde es recibido
por el papa, y de ahí la reconciliación
. El papa le otorga una
abadía en Francia, pero cuando llega Rabelais no encuentra
más que las paredes. Todo es abandono y ruinas. Se dirige
a varios príncipes de la Iglesia que conoció en sus viajes
y consigue el Arciprestazgo de Medun, con cuatro parro-
quias más, y aquí termina sus días, aunque historiadores
que se dicen serlo se empeñen en su muerte en París, donde
está para tratarse una cierta enfermedad renal
.
Parece que para ejercer la medicina en Lyón pidió y le fue
concedido el pasar de clérigo regular a secular. Pero no fue
un
défroqué, y el hecho de ser clérigo siempre y no un
renegado vulgar le hace más gigantesco y recto.
Hay otros mil pasajes y anécdotas de su vida que no vale
la pena ni explicar. Con Rabelais pasa como con don
Francisco de Quevedo
. El pueblo, ¿quién es de verdad el
pueblo?, ha hecho de ellos unos bufonescos esperpentos. En
esto no se puede hacer nada; ¡pues vivan así! Que bufones
los prefiero, mientras vivan, que no imbéciles coronados de
oropel
.
Y así como la bella, dulce y un tanto dada al ramerismo
Pasifae consiguió que Dédalo le fabricase una linda vaqui
-
lla donde, metida dentro, más dorada y desnuda que la
parió su madre, fuese montada por el blanco toro consa
-
grado a Zeus (fue el toro el más sorprendido de engen-
drar a Minotauros y toda una civilización en Creta, como
al revés le sucede al Asno del Médico Apuleyo), así un ejem
-

plo puedo añadir en que el más despistado es el autor.
¿Acaso no se encontró Satán el Fulminado asociado a la
obra de la redención después de la tentación de Adán y Eva
como colector de almas que le hicieron frente y fueron
a ocupar los vacíos tronos celestes?
Pues así, el último en imaginarse el éxito, le aconteció
a Rabelais al escribir su
Pantagruel, bien embuchado de
groserías y de medicina.
Y ahora será bueno que demos un repaso a sus escritos.
-¡Alto! -bramó Panurgo-. Si quieren saber de ellos,
ahí van, y necio fuera que obra de tanto trabajo la analice
vuesa merced, que si los clásicos sólo viven pero no se leen,
no faltaría más que dieciséis años de trabajo los vaciarais
ahora como quien se aligera los riñones
.
-A esto me sumo -dijo el fraile-. Que enjundia cagada
no es ni tuétano ni nada.
Y arrimándose a la boca una frasca de Fondillón, entonó
esta canción:                                                                 

Volad, «butifarretes», blancos, negros y rojos;
volad, recios jamones, capones doraditos,
que la garganta abierta la tengo para vos"
y para cochinillas, langostas y gazapos,
conejos, liebres, lomos, tripas o callos,
cebolletas en vinagre y todo a vuestro antojo,
hasta el tierno lechazo o el compadre lechal,
que, vino sobre vino, todo lo iré cociendo
dentro de mi bandullo, tal y como hace el
mi rey PantagrueL

Perdonad, pero, ante esta gloriosa orgía, ya leeréis
vosotros, que he visto unas pechuguillas nada despreciables
y antes que otro les meta mano voy por ellas.
y quedad tranquilos: "J e tire ma révérence".

........................................

CAPITULO DIEZ

DE COMO PANTAGRUEL JUZGÓ EN UNA CONTROVERSIA MARAVILLOSAMENTE OSCURA Y DIFICIL CON TAL TINO Y ACIERTO, 
QUE FUE SU JUICIO JUSTAMENTE REPUTADO POR ADMIRABLE Y SIN PAR

Quiso un buen día Pantagruel, recordando los consejos
y admonici
ones de su padre, calar el meollo de su sapienza
y buen juzgar
.

No ocurriéndosele mejor manera para demostrarlo que
pegar en todas las esquinas de la ciudad nueve mil se
tecien-
tas sesenta
y cuatro conclusiones en unos pasquines en los
que se trataba de toda clase del saber human
o, con las mis
arduas
, sutiles y embrolladas cuestiones de la ciencia.*

Empezando por la calle de Feurre*, arremetió contr
todos los profesores, estudiantes en arte y oradores, lan-
zándol
os por tierra en terrible bateculo. En la Sorbona
arguyó contra los teólogos por espacio de seis semanas,
desde las cuatro de la mañana hasta las seis de la tarde, salvo
un intervalo de dos horas que dedicaba a su copioso yantar.
Asistieron a e
stas controversias la mayoría de los señores
de la corte, oidores del consejo de Estado, presidentes,
consejeros, gente del Tribunal de Cuentas, secretarios,
abogados y otros, con
los concejales de la ciudad, junto con
los médicos y profesores y adjuntos de la Facultad de
Derecho Canón
ico.* Hais de saber que la mayoría,

* Se había conservado la afición de la Edad Media por las grandes discusiones públicas.
El erudito que quería «argumentar» ponía carteles con sus tesis o «conclusiones». 
Pico de la Mirándola se hizo lebre por haber puesto 900.

* De du fouarre, es decir, de la paja que se ponía en los suelos de las aulas de la Facultad
de Artes. Los estudiantes no tenían ni bancos para las clases y las atendían desde el suelo,
sobre un montón de paja que
pagaban aparte.

* Alusión directa a la famosa polémica sobre el averroísmo sostenida en la Sorbona
entre Siger de Brabante y Tomás de Aquino. Después del tiempo indicado por Rabelais,
quedó vencedor Santo Tomás. Lo que sucedes que los alumnos y oyentes parece que se aburrían bastante, y, dejanda sumaestrodiscutien sus cátedras, ellos corrían tabernas y
 mozas, de lo que nació lpalabra libertinosY, entendámonos, para aguantasobrpajpodrida tan eruditas disquisicionesyo creo muy respetable su actitud dempuñala jarra de vino con una buenalegre señora sentada esus rodillas.

394

oyendo a Pantagruel, tascaron el freno mordiéndose l
lengua. A pesar de sus silogismos y sofismas, dejóles
a todos corridos, demostrando que no eran más que
terneros faldones,* togados.

Dándose el caso que todo el mundo se hacía lenguas de
su maravilloso saber. Hasta las lavanderas, baratijeras,
cocineras, cuchilleras y demás mujerucas decían, cuando
pa
saba por la calle: «Este es élY esto le halagaba tanto
c
omo al propio Demóstenes, príncipe de los oradores
g
riegos, cuando una vieja en cuclillas, señalándole con el
d
edo, dijo: «Este es.*

Dábase la casualidad de que por aquellas calendas había
en
la corte un pleito entre los señores Baisecul, demandan-
te, y Humevesne, demandado, que no había forma de
z
urcir ni remendar. Tan dificultosa era su controversia, que
c
asi podría decirse que en el tribunal no se hablaba otro
i
dioma más que el alto alemán.
Por orden del rey se reunieron los cuatro sabios más
g
randes y de más enjundia de todos los parlamentos
f
ranceses, junto con el Gran Consejo y los principales
pr
ofesores de las universidades, no solamente de Fran-
cia, sino también de Inglaterra e Italia. Estaban allí Ja-
són de Padua*,
Philippe Dece de Pavía*, Petrus de Petro-
nibus, conocidísimo en su prop
ia casa a la hora de yan-
tar, y una muchedumbre de viejos sabios. Au
nque estu-
vieron reunidos por más de cuarenta y seis semanas,
no pudieron hincarle el diente, ni llegar a claridad al-
guna por ningún medio. Quedaron tan despechados que
se ciscaban avergonzados y con mucho impudor y mal
olor
.

* Todos los doctores y gentes de justicia llevaban toga.
* Véase Cicerón, Tusculanes, v. XXXVI.
* Mainus, llamado ]asón de Padua (1485-1519).
* Profesor de Derecho de Pisa y Pavía, nombrado consejero en el Parlamento dBourges, luego en el de Valence. Murió en 1535.
395

Pero uno de ellos, llamado Du Douhet*, que era el más
sabio
, el más experto y prudente de todos, un día en que
tenía el cerebro más desconcertado que nunca, les dijo:

-Señores míos, hace largo tiempo ya que estamos aquí
sin hacer otra cosa que desgastarnos el cerebro; no pode-
mos encontrar ni pies ni cabeza a este asunto, y, cuanto más
lo estudiamos, m
enos lo entendemos, lo que para nosotros
es u
na gran vergüenza y cargo de conciencia, porque sólo
di
vagamos cuando damos nuestras conferencias. Ved lo
que h
e pensado. Seguramente habéis oído hablar de ese
gran
personaje llamado Pantagruel, cuya sabiduría sobre-
pasa en mucho la de la época y de las numerosas polémicas
que ha sost
enido públicamente contra todos nosotros.
Propongo que le llamemos y consultemos con él sobre este
asun
to, porque si él no lo resuelve, nadie conseguirá
resolverlo nunca
.

De buen grado accedieron los consejeros y doctores.
Mandaron llamar a Pantagruel sin dilación y rogáronle
que est
udiase y escudriñase el pleito, para que, una vez
visto
, diese un informe, tal y como a él le pareciese en buena
cie
ncia jurídica. Le entregaron los sacos y actas, que
abultaban tanto como la carga de cuatro gordos asnos
sement
ales. Pero Pantagruel les dijo:

- ¿ Señores, viven aún los dos demandantes?

Le contestaron que sí
.

- Entonces, ¿ de qué diablos sirven estos fárragos de
pap
eles y copias que me entregáis? -contestó Panta-
gruel-. ¿No es me
jor oír su debate directamente que leer
estos papelotes, que no son más que engaños, cau
telas
diabólicas de Cepol
a" y subversión del derecho? Porque
esto
y seguro de que
ustedes y todos los que han interveni-

* Briand Vallée, señor de Du Douhet, consejero del Parlamento de Burdeos, muerto
ante
s de 1544. Amigo de las buenas letras y de los humanistas. Seguramente lo conoció
Rab
elais cuando era presidente en el tribunal de Saintes, antes de 1527, y lo nombra de nuevo en términos elogiosos en el 1. IV, cap. XXXVII.
* Este jurisconsulto de Verona (siglo xv) publicó bajo el título de Cautela  un compendio de formas de eludir la ley.

396

do en el proceso han desvirtuado en «pro y contra». Aun en
el caso de que su controversia fuese clara y fácil de estudiar,
l
a han oscurecido con necias y disparatadas razones e inep-
tas opiniones de Accurse, Balde, Bartole, de Castro, de
Imola, Hyppolytus, Panorme, Bertachin, Alexandre, Cur-
tius y otros viejos mastines que jamás supieron entender
l
a menor ley de las Pandectas y no eran más que grandes
carneros de diezmo cerrados a todo conocimiento del
der
echo.


»Porque ciertamente no sabían ni el latín ni el griego
y solamente las lenguas gótica* y bárbara. Las leyes están
tom
adas primeramente del griego, como atestigua Ulpiano
en l. posteriori De orgi juris* y están llenas de sentencias
y palabras griegas. Después se redactaron en el idioma
l
atino más florido y elegante que darse pueda. Sin excep-
t
uar a Salustio, ni Varrón, ni Cicerón, ni Séneca, ni T.
Livio, ni Quintiliano. ¿ Cómo, pues, iban a entender el
texto de las leyes estos viejos amodorrados, si nunca vieron
un
buen libro en lengua latina, como se aprecia muy bien
por
su estilo, que más parece de deshollinador o de
coc
inero y miserable marmitón que de jurisconsulto?
»Además, si las leyes dimanan de la filosofía natural y de
la ética, ¿cómo, ¡vive Dios!, podrán entenderla estos locos
que
han estudiado menos filosofía que mi mula? Están tan
cargados de letras, historia y conocimiento de la antigüe-
dad como lo está de plumas un sapo. Pero algún día
de
mostraré por escrito que no se puede entender el derecho
sin esta cultura.


»Por lo que, si queréis que entienda en este litigio, haced
pri
mero quemar todos estos papelotes y luego traedme
a
los dos caballeros, y cuando los haya oído expresaré mi
o
pinión sin ambages ni disimulos.



*Son los principales glosadores del derecho romano, los «bordadores» de glosas, qulo habían oscurecido y del cual querían librarlo los hombres del Renacimiento.
*Así llama Laurent Valla al latín macarrónico de los glosadores de la Edad Media.
*No fue Ulpiano, sino Pomponius.

397

A esto se opusieron muchos, porque sabido es que en
toda reunión de gentes h
ay muchos más tontos que
discretos y s
iempre los más se sobreponen a los mejores,
como dice Tito Livio hablando de los cartagineses. Pero
Du Douhet
sostuvo virilmente su opinión, diciendo que
P
antagruel había hablado bien y que esos registros, encues-
tas, réplicas, alegatos, eximentes y otras zarandajas no
t
endían más que a subvertir el derecho y prolongar el
p
roceso. Añadió que el diablo se los llevase a todos si no
procedían con equid
ad evangélica y filosófica.

Así fueron quemados todos los papeles y convocaron
a los dos gentiles hombres. Al verlos, dijo Pantagruel:
-¿Son ustedes lo
s que tienen esa gran querella?

- Sí, señor - contestaron-.

-¿Quién es el demandante? -preguntó Pantagruel.

- Yo - repuso el señor de Baisecul.

- Pues entonces, amigo mío, contadme vuestro asunto,
punto por punto y según la pura verdad. Porque, voto
a Dios, si cambiái
s una sola palabra, os arrancaré la cabeza
de los hombros y os enseñaré que se tiene que decir la
verdad en lo
s juicios y en honor a la justicia. No añadáis ni
qu
itéis nada al relato de vuestro caso.
Decid.


CAPITULO ONCE


DE COMO LOS SEÑORES DE BAISECUL Y HUMEVESNE PLEITEARON 
ANTE PANTAGRUEL SIN ABOGADOS

Así, pues, comenzó Baisecul de la siguiente manera: 

- Señor, una buena mujer de mi casa llevaba unos huevos
al mercado para venderlos ..
.*

- Cúbrase, Baisecul -dijo Pantagruel.*

-Grandes gracias, señor -dijo Baisecul-. Pero por
aq
uel entonces pasaban entre los trópicos seis blancos hacia
el
cenit, había gran aridez en los montes rifeños, además de
u
na sedición de Pamplinas promovida entre los de Jeri-
go
nza y los de Peonza a causa de la rebelión de los suizos,
q
ue se habían juntado en número de buen bies, para ir al
ag
uijón nuevo el primer hueco del año en que se da sopa
a
los bueyes y la llave del carbón a las mozas para que les
ec
hen avena a los perros.


»No se hizo otra cosa en toda la noche más que
despachar con un cubilete en la mano bulas a pie y bula
s.

 * Estos capítulos parecen morcillas de cómicos y, en especial, aunque tienen su interés
no forman una unidad lida; es más un embuchado que no viene a cuento. Pero si Rabelais
quiso esta cabriola y echar las patas por alto, burlándose de sus lectores, yo le dejo hacer  lo
que quiso y no voy a amargarle sus alegrías intentando ordenar tan desmadejada novela.
De todas maneras, si tenéis el ojo atento, mucho y bueno encontraréis aquí, claro que,
como ya dije en Gargantúa, todo el «envées cuestión de mucho trabajar para encontrarlo.
Además, por aquellas épocas, la gente era muy dada a comprar toda clase de profecías, de las
que nos han quedado algunas famosísimas. Esta clase de literatura no era más que alegres
y sesudos disparates para hacer reír o embaucar a la gente. Cierto que entre ellas se alinean
San Malaquías, Nostradamus y el emponzoñado Mingo Revulgo, que, riendo poco, hizo
política de lo más anarquizante por tierras de España y con la peor intención. ¿Acaso, pues,
Rabelais no podía ser tentado por tan curiosa y pedestre literatura si tenía una venta
asegurada?

* Los nobles sólo se descubrían ante el rey y guardaban su tocado hasta en la mesaIncluso en su casa, los campesinos conservaban su gorro.

399

a caballo a fin de detener los barcos, ya que los modistas
querían, a base de retales sisados, hacer una cerbatana para
que cubriese a la mar Oceana, quien por entonces estaba
preñada de una olla de coles, según opinión de los gaville-
ros de heno. En cambio, los físicos decían que por análisis
de su orina no encontraban signos evidentes de que con
pasos de avutarda comiese hachas con mostaza, sino que
los señores de la Corte ordenasen por bemol a la viruela
que dejase de atacar a los gusanos de seda. Porque los
bergantes, bastante trabajo tenían en bailar el estrindore al
diapasón, con un pie en el fuego y la cabeza en medio,
como decía el buen Ragot.

»Ah, señores, Dios lo modera todo a su placer, y contra
la cambiante fortuna, un carretero se rompió las narices
contra su propio látigo
. Esto fue al volver de la Bicoca,
cuando se licenció en torpeza maese Antidus des Crosso
-
niers y, como dicen los canonistas: Beati lourdes, quoniam
ipsi trebuchaverunt.

»Pero, por Sainct-Fiacre de Brie, lo que hace que la
cuaresma sea tan encomiable no es otra cosa que:

»Pentecostés
siempre resulta muy costosa.
Mayo llega antes.
Poca lluvia aplaca gran viento.

»Por supuesto, el sargento me puso la diana tan alta que
el escribano, orbicularmente, se lamía los dedos mancha-
dos de arena y manifiestamente veíamos que todos se
cogían las narices, echando la vista en perspectiva hacia la
chimenea, donde cuelga la muestra de vino de cuare
nta
cinchas que son las necesarias para veinte medias de
quincalla. Además, que no quería soltar el pájaro ante el
pastel de hojaldre que lo descubriría, porque a menudo se
pierde la memoria calzándose al revés. j Y que Dios guarde
de todo mal a Thibault Mitaine!

400


 - Alto, alto, amigo mío, hablad seguido y sin encoleriza- 
ras. Entiendo el caso; seguid -dijo Pantagruel.

- Así, señor -continuó Baisecul-, esa buena mujer,
rezando sus gaudes y sus audi nos, no pudo cubrirse de un
falso revés sufrido por la virtud gaya de los privilegios de la
Universidad, sino que tuvo que rociarse a la manera
inglesa, cubriéndolo con un siete de bastos y tirándole una
estocada volante muy cerca del lugar donde venden las
viejas banderas que usan los pintores flamencos para herrar
correctamente a las cigarras. Y me pasma mucho que el
mundo no ponga huevos, cuando resulta tan agradable
c
ubrir.

Aquí, el señor de Humevesne quiso interrumpir y decir
algo, por lo que le interpeló Pantagruel de esta manera.

- Por el vientre de San Antonio, ¿ acaso te corresponde
explicarte cuando no te lo mandan? Estoy aquí sudando
copiosamente para entender vuestras diferencias y j aún
vienes a importunarme!   ¡Paz, por el demonio, paz! Habla-
rás todo lo que quieras cuando éste haya terminado. Seguid
-dijo a Baisecul-
, y no os apresuréis.

- Viendo, pues - dijo Baisecul-, que la sanción pragmá-
tica no lo menciona y que el papa permite que cada uno se '"
pedorree a sus anchas si los muletones no estuviesen
rayados, por mucha pobreza que haya en el mundo,
a condición de que no se persignen con picardía. El arco
i
ris, recién salido de Milán para incubar las alondras,
consintió que la buena mujer descalcañase a los heréticos,
por la protesta de los pececillos acojonados que eran
necesarios para entender la construcción de las viejas botas.

»Pero Juan el Becerro, primo hermano suyo, movido
por un tronco de mejillones, le aconsejó que no se pusiese
en tal brete de apoyar el vapor repicatorio sin primero
impregnar de alumbre el papel de seda, vergé, florete de
estraza y pautado, porque:

»Non de ponte vadit, qui cum sapientia cadit,

401

y que los señores del Tribunal de Cuentas no se ponían de
ac
uerdo en la suma de flautas alemanas con las cuales se
habían cons
truido Las antiparras de los príncipes, impresas
recientemente en Amberes.

»Y he aquí, señores, que hacen un mal informe y creen
a la parte adversa
in sacer verbo dotis. Queriendo obedecer
al deseo del rey, me armé de pies a cabeza con una panzada
para ir a ver cómo mis vendimiado res habían despedazado
sus grandes bonetes para jugar a los espantapájaros; el
tiempo era peligroso en la feria, ya que varios francotirado-
res habían sido echados, a pesar de que las chimeneas tení
an
la altura de la proporción del esparaván y el gabarro del
amigo Baudichon.

»Gracias a esto hubo abundancia de galanpernas en todo
el país de Artois, lo que no resultó pequeña enmienda para
esos señores, portadores de cotas, cuando se comían
sin
desenvainar las cáscaras de gallocigrullas a panza suelta. Si
de mí dependiese, todos tendrían buena voz, se jugaría
mucho mejor al juego de pelota, y todas esas finezas
consistentes en etimologizar los patines bajarían más fá
cil-
mente por el Sena, sirviendo el Puente de los Molineros,
como lo decretó antaño el rey de Canarre, y el fallo está en
la escribanía de este tribunal.

»Por lo cual, señor, pido que por Vuestra Señoría sea
dicho y declarado en justicia con daños y perjuicios.

Entonces dijo Pantagruel.;
- Amigo mío, ¿ terminó ya usted?


Contestó Baisecul:

-, señor; he contado el meollo del asunto y no he
cam
b
iado nada, por mi honor.*

-Ahora le toca a usted -dijo Pantagruel-, señor de
Humevesne. Decid lo que tengáis que decir y abreviad si es
posible, sin dejar nada importante que pueda servir para e
l
caso.



CAPITULO DOCE

DE COMO EL SEÑOR DE HUMEVESNE PLEITEO ANTE PANTAGRUEL

Comenzó el señor de Humevesne de la siguiente
manera:

- Señoría y señores de la Corte: si resultase tan fácil
juzgar la iniquidad de los hombres como ver las moscas en
la leche, el mundo, ¡por cuatro bueyes!, no estaría tan
comido por las ratas, y muchas orejas vilmente roídas, aún
estarían enteras. Porque, aunque todo lo que dijo la parte
adversa sea verdad, en cuanto a la letra e historia del
factum, señores, la malicia, fullería y los pequeños tropie-
zos se esconden bajo la manta.

»¿Por qué tengo que aguantar que cuando como mi so-
pa
, sin mal pensar ni decir, me vengan a rastrillar y pertur-
bar el cerebro tocándome la muletilla y diciéndome
:

Quien bebe, comiéndose la sopa,
cuando muere no ve ni una gota?

Y, por la Santa Señora, ¿ a cuántos capitanes gordos hemos
visto en pleno campo de batalla que mientras se distribuían
los golpes de pan bendito tocaban el laúd, se pedorreaban
y daban saltitos en plataforma para mejor buzarse?

»Mas ahora el mundo está trastornado por los paños de
balas de Lucestres, uno se pervierte, el otro cinco, cuatro
y dos, y si la Corte no pone remedio, costará tanto trabajo
adujar como hace o bien hará los cubiletes. Si una pobre
criatura va al sudadero para adornarse los morros con

403



boñigas de vaca o para comprar botas de invierno, cuando
pasan sargentos o alguno de la ro
nda, reciben la decocción
de u
n enema o la materia fecal de una silla perforada sobre
sus bataholas. ¿Deben por eso mismo roer las tetas y freír
l
os escudos de madera?

»Algunas veces pensamos lo uno y Dios hace lo otro, y,
cuando se ha puesto el sol, todos los animales esn a la
sombr
a. Que no me crean si no lo pruebo debidamente con
ge
ntes de pleno día.

»En el año treinta y seis compré un frin de Alemania,
a
lto y corto, de buena lana, azogado en forma de granada,
como a
seguraban, y, sin embargo, el notario puso pegas.
No soy clérigo que tome la luna con los dientes, pero en el
tarro de la mantequilla donde se sellaban los instrumentos
volcánicos, el rumor era de que el buey salado hacía que se
e
ncontrase el vino sin necesidad de velas, aunque estuviese
escondido en el fondo de un saco de carbón, enfundado
y reforzado con testera y pancera especialmente idóneos
p
ara bien freír la rustina, que es cabeza de cordero. y así es
como dice el
proverbio que da gusto ver vacas negras de
madera quemada cuando
se goza de amores. Hice que
consultasen sobre esto a los señores clér
igos, y como I
solución hallaron en «Frisesomorum« que no hay como
segar en verano en un sótano bien adornado de papel
y tinta, de plumas y cortaplumas de Lyón sobre el Ródano,
tarabín tarabás. Porque inmediatamente que un arnés huele
las aguas, el óxido se le come el h
ígado y no se hace otra
cosa más que negarse al tortícolis, floreteando la si
esta. Por
esto resulta tan cara la sal.

»Señores, no creáis que cuando la dicha mujeruca enli
el cucharón sopero para que el alguacil sargento pudiese
. dotar mejor al infante y la asadura de la morcilla tergiversa-
se por las bolsas de los usureros, no hubo nada mejor, para
guardarse de los caníbales, que coger un manojo de
cebollas, liado con trescientos nabos y un poco de mon-
dongo de ternera, de la clase mejor que tienen los alquimis-
404

tas, y juntar bien y calcinar las zapatillas, gordinflete,
go
rdinflón, con alguna salsa de rastrillo, y esconderse en
algún agujero de topos, salvando siempre los torreznos.
»Y si en el dado no quieren salir los ases y está apagado,
meted la dama en una esquina de la cama, triscadla,
turebula, la la, y bebed a ultranza, depisando grenoillibus,
con
bellas polainas coturnales; será para los pajaritos
de
splumado s qué se divierten jugando a la vela, en espera
de
batir el metal y calentar la cera a los charlatanes de
cerveza inglesa.


»Bien es verdad que los cuatro bueyes del pleito tenían
mu
y poca memoria; pero sabían muy bien la escala y no
temían a los patos de Saboya, y las buenas gentes de mi
tie
rra confiaban en ellos, diciendo: "Estos niños serán
gr
andes matemáticos; esto será para nosotros una rúbrica
de
derecho." Nos podemos fallar en la caza del lobo,
cu
ando hacemos nuestros setos por encima del molino de
vie
nto, del cual ya habló la parte contraria. Pero el gran
di
ablo nos tuvo envidia y puso a los alemanes de culo; ellos
g
ritaban: "Her, tringue, tringue" con sonido de casa,
p
orque no tiene sentido decir que en París, sobre el Petit
P
ont, hay gallinas de paja, aunque tengan tanto plumero
como las abubillas, o que se sacrifiquen las verrugas al jugo
de
l arándano recién salido de las letras mayúsculas o cursi-
vas, a mí me da igual, con tal que la cabecera del libro no
en
gendre gusanos.

»Y puesto el caso de que en el aparejamiento de los
ga
lgos los mamarrachos hubiesen cogido una cornada
an
tes de que el notario hubiese hecho su relación por arte
ca
balístico, no resulta (salvo otra resolución de la corte)
que seis arapendes de prado de gran anchura hagan tres
fa
jes de fina ancla sin soplar en la jofaina, visto que en los
f
unerales del rey Carlos se podía conseguir en el mercado el
vellón por dos ases, se entiende por mi juramento, de lana.

»Y veo que usualmente y en todas las buenas cornamu-
sas que, cuando se va al engaño, dando tres vueltas de

405

escoba por la chimenea, e insinuando su nominación, no se 
hace más que vendar los riñones y soplar el culo, si por
ventura está demasiado caliente y
quille luy bille,

incontinenti las cartas leídas
las v
acas fueron vendidas.

» Y tal veredicto fue pronunciado por la martingala, el
año diecisiete, por el malgobernante de Louzefougerouse,
y espero que la corte lo tendrá en cuenta.

»No vengo a decir que no se pueda equitativamente
desposee
r con toda justicia a los que bebían agua bendita,
como se hace de un rescate de tejedor, con el cual se hacen
los supo
sitorios a los que no se quieren resignar, sino que,
a buen juego, buen dinero.

»Tunc, señores, quid juris por minoribus? Porque la
u
sanza común de la ley sálica es tal que el primer fuelle que
afronta la vaca que desafina en pleno canto de música sin
marcar los puntos de los zapateros, debe en tiempo d
e ollas
sublimar la penuria de
su miembro con musgo cogido
cuando se acaba la misa de medianoche
, para beberse de un
trago esos vinos blancos de Anjou que cortan las piern
as,
gollete a gol
lete, a la moda de Bretaña.

»Concluyendo como antes dije, con costas, daños y perjuicios.

Habiendo terminado el señor de Humevesne, Pantagruel dijo al señor Baisecul:

- Amigo mío, ¿ queréis añadir algo?


A lo que contestó Baisecul:

- No, señor, pues no he dicho más que la verdad y, por
Dios, demos fin a nuestras d
iferencias, pues el estar aquí
nos o
c
asiona grandes gastos.

*Estos capítulos picantes y crujientes están ahí asentados por Rabelais y han hecho correr
m
ás tinta para explicar/os que Pantagruel entero; cada uno los ha interpretado a su gusto.
Todos tienen razón, porque ninguno la tiene, pero [es tan divertido argumentar con lo que no
pasa
! Por mucho que se empeñen, es una bella burla de Rabelais, y así todos contentos, cada
uno empe
cinado en su clave, y Rabelais (Pantagruel) serio y triste ante la majadería humana(El traductor.
)

406

                                  CAPITULO TRECE

DE COMO PANTAGRUEL SENTENCIO EN EL PLEITO DE LOS DOS SEÑORES

Levantóse Pantagruel y, reuniendo a todos los presiden-
tes
, consejeros y doctores allí presentes, les dijo:

- Ea, pues, señores, habéis oído vive vocis oraculo el
litigio. ¿Qué os parece? Esta es la cuestión que quiero me
aclaréis con vuestra tan pregonada ciencia, por vuestras
mismas mercedes.
Contestaron:
+En verdad que lo hemos oído, pero, ¡por el diablo!,
que no hemos entendido de qué se trata. Por lo que os roga-
mos una voce y suplicamos por favor que os dignéis pro-
nunciar la sentencia que os parezc
a y ex nunc prout ex tund
y la confirmaremos y ratificaremos de
buen grado.

+Pues bien, señores -dijo Pantagruel-, ya que así os
pl
ace, así lo haré. Mas no me parece el caso tan difícil como
a sus mercedes. Vuestro escrito Catón, la ley Frater, la ley
Callus, la ley Quinque pedum, la ley Vinum
, la ley Si
dominus, la ley Mater, la le
y Mulier bona, la ley Si quis, la
ley Pomponius, la ley Fundi, la ley Emptor, la ley Preto
r, la
ley Venditor y tantas otras, son, en mi opinión, mucho más
difíciles.*

* Por oráculo de viva voz, lo que ya indica a las claras que es todo un oráculo o una
re
lacn hecha con doble sentido. Si no os cansa, leedla con calma lo que fuere preciso
a vuestras molleras, y daréis, os lo aseguro, con el verdadero sentido, pero cuidado con daros
po
r satisfechos o tirar al suelo el libro, como una majadería, pues seríais de la misma calaña
q
ue los doctores y consejeros allí reunidos para dar su juicio a Pantagruel.
* Ahora como entonces.
* Casi todas las leyes que cita son auténticas aunque mezcladas con sarcasmos más o menos grotescos y groseros.
407

Dicho esto, dio una o dos vueltas por la sala, pensando 
tan profundamente, que se le oía relinchar como un burro
al que se le ha cinchado demasiado fuerte; pensaba que
había que hacer j
usticia a cada uno de ellos sin favorecer
a nadie; volvió a sentarse y empezó su discurso tal y como
sigue:


- Visto y oído y bien sopesado el litigio entre los señores
Baisecul y Humevesne, dicta la Co
rte
:

»Que considerada la horripilación de la murciélago que
declina con bravura del solst
icio estival para cortejar los
globos hinchados que hicieron mate al peó
n por las viriles
vejaciones de los luc
ífugos que están en la región que rodea
Rhomes de un fanático a caballo, tensando una ballesta con
los
riñones, el demandante hizo muy bien en calafatear el
galón que la buena mujer hinchaba, un pie calzado y el otro
desnudo, reembolsando bajo y tieso, en su conciencia, de
tantas bagatelas como pelos hay en dieciocho vacas y otras
tantas para el bordador.


»Igualmente es declarado inocente del caso privilegiado
de las basuras cu
ando se pensaba que había incurrido en lo
que no podía agradablemente ciscarse, por la decisión de
un par de guantes, perfumados de pedorretas de candela de
nuez, como se usa en
su región de Mirebaloys, soltando la
bolina con las balas de cañón de bronce, con las cuales los
marmitone
s preparaban y guisaban sus legumbres picadas
del Loira a todas las campanillas de esparavanes hechas con
puntos de Hungría, que su cuñado llevaba memorialmente
en un cesto limítrofe, bordado con hocicos de tres cabríos
cansados de examinar minuciosamente la p
erra angular de
la cual se saca el papagayo vermiforme con el escobón.

 408

»Mas en lo que se refiere al defensor, visto que fue
remenn, comedor de quesos y embalsamador, que ba-
lanceándose no fue veraz como bien rebatió dicho defen-
sor, la corte le condena a tres copazos de leche cuajada con
cemento, prelorelitanteas y gayapiseas, como es costumbre
en el ps hacía dicho defensor, pagaderas a medio agosto
en mayo.

»Pero el defensor deberá abastecer de heno y estopas
para el pasto de los cazatrampas guturales, embrollados de
encapuchados, bien estudiados de ruedecitas.
»Y ahora, tan amigos como antes, sin resentimiento
y con razón.

Pronunciada la sentencia, las dos partes se fueron muy
contentas del juicio, lo que fue cosa casi increíble: pues no
había ocurrido desde la época de las grandes lluvias y no
ocurrirá-hasta el trece jubileo anual, que dos partes conten-
dientes en juicio contradictorio queden igualmente satisfe-
chas con el veredicto.

A la vista de los consejeros y doctores allí presentes se
desmayaron, y así estuvieron durante tres horas, extasiados
de admiración por la prudencia de Pantagruel, que consi-
deraban más que humana, pues veían claramente que había
fallado con justicia en asunto tan difícil como espinoso.
y aún seguirían arrebatados si no hubiesen traído mucho
vinagre yagua de rosas para devolverles el sentido y enten-
dim
iento acostumbrado, por lo cual loado sea Dios.*

* Esta sentencia es tan sin tino como el litigio de los contendientes; aunque encierre una burla contra la jurisprudencia, también embucha descaradas irreverencias y se cisca en todo lo que esbajo y fuera de las leyes y los legisladores, haciendo brillar su asnal ignorancia o peor. 


Siglo XV,  ¡Por Dios! 
¡Un poco de sentido común, por favor



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